Editorial

Algunos pensaron...
*Por Hugo Delgado
direccion@elnuevopueblo.info


Algunos pensaron que se acababa el sueño, otros, me incluyo, pensamos en el 2015.

Algunos seguramente no pudieron evitar un orgasmo al pensar que la construcción de estos siete años se derrumbaba con su muerte.

¡Qué equivocados estábamos todos!

¡¡Qué equivocados!!

Hablo en pasado y reflexiono que menos de 24 horas pasaron desde el hecho… pero parece un siglo.
Es que la historia es así: años, siglos de energía estática que en un solo segundo estallan en un arco voltaico de violencia infinita, de potencia infinita.
Y Néstor Kirchner; Néstor K; Néstor; El Flaco; El Lupo; El Pingüino… ¡El que se murió!
Como buen militante no se estaba muriendo de solo morirse, estaba dando otra batalla, la más costosa, la más terrible y cruel.
Néstor, el hombre; el político; el militante; el Hijo de las Madres daba un paso vital con su muerte.
Construía con lo único que nos queda a los hombres, cuando ya dimos todo, cuando no nos queda nada más que dar, las bases ideológicas de un nuevo Movimiento.
¿Qué ya lo había hecho?
¡No! Aún no.
Porque esta sociedad, deforme, necrofílica, que lo cuestionó hasta el instante mismo anterior a su muerte ya no tenía ningún motivo para negarlo.
Tal vez lo hace que en la muerte ya no se puede herir.
¡Que equivocado!
Néstor, un Néstor enfermo, débil, aportaba su cuerpo como última herramienta, como argamasa del Proyecto Popular que él mismo diseñó.
Hace rato, mucho rato que no somos pocos los que venimos intuyendo que algo nuevo está naciendo, que algo grande se está gestando.
El kirchnerismo no es el menemismo; ni el duhaldismo; ni el delarruismo, ni el alfonsinismo (aunque este último intento algo parecido, al menos en el discurso) ni ningún ismo partidario que encorsetado en una estructura ideológica preexistente la acota o la achica.
El kirchnerismo, por el contrario, como en algún momento el radicalismo y después el peronismo traspasó fronteras propias y creó algo nuevo que tal vez aún (o al menos hasta ayer) no llegamos a vislumbrar. Algo superador; contenedor de mayorías respecto a lo heredado, ero sobre todo con ingredientes ideológicos propios, distintivos.
Y así Néstor Kirchner, El Flaco, entregaba a la causa lo último que un militante digno entrega, la vida misma.
Pero… lo que son las cosas del destino. Tal vez ni él mismo pudo llegar a intuir que al mejor estilo de los bonus promocionales su muerte dejaba también una enseñanza.
La enseñanza del llanto colectivo.
A los intelectuales, a quienes trabajan desde el raciocinio les costaba, nos costaba imaginar esa escena, la del llanto popular ante lo distante.
¡Cuándo murió Eva la gente lloraba!
¡Cuándo murió Perón la gente lloraba!
¿Lloraba?
Costaba entenderlo
La integridad de varias generaciones no comprendía, no magnificaba.
No podía entender que la masa llorara a alguien que partía, a alguien que conocía por la radio, por los diarios…
Pero El Flaco se fue… y duele. Duele ese vacío del amigo que no se ve por años, pero no es necesario porque sabemos que es amigo.
Por estas cosas del trabajo me tocó estar dos veces al lado de Néstor Kirchner.
Ninguna solo.
En ambas me llamó la atención la misma cosa: su sentido del humor (que se intuía aunque estuviera serio) y su humildad… pero también su inteligencia.
Una inteligencia salvaje, natural, de ese tipo de inteligencias que se percibe aunque no se este demostrando en actos, en cuestiones palpables, pero que se percibe en el ambiente cuando está presente. Como esa energía estática de la que hablábamos al comienzo, que se acumula y estalla, en el momento menos esperado como un milagro de la naturaleza.

 
© Diseño producciones BM