Opinión
*Por Hugo Delgado
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Desde siempre quienes tienen algún tipo de poder, o alguna posición social ocupada han creído que lo mejor para continuar con sus prebendas era la existencia de un poder fuerte, centralizado y que nadie pudiera cuestionar.
También desde siempre ha primado el concepto entre estos sectores sociales que establece que, cuanto más reaccionario y “patricio” el gobierno más afín a sus intereses.
Si el tema fuera encarado desde un aspecto científico y racional la evolución de la economía bajo la actual gestión de gobierno daría por el piso con la misma. Sin embargo hay aspectos que podríamos llamar periféricos que refuerzan la primera posición mencionada.
Estos aspectos tienen que ver con cuestiones sociales.
Más allá de que no existen las verdades absolutas, ni siquiera en este caso, quienes detentan el capital suelen ejercer un odio de clases que no se traduce en cuestiones verbales sino en acciones concretas y que se reflejan, según la ocasión y el lugar en un profundo desprecio y una acción permanente de discriminación por las otras clases sociales.
Estos sectores se consideran a si mismos como predeterminados por el poder divino a someter al resto de la sociedad y decidir su destino (que no suele ser otro que la explotación y su exterminio si se rebela).
Tan es así que ni siquiera se cuestiona la justicia en su acumulación de divisas y mucho menos los métodos que utiliza para seguir ejerciendo su poder.
La prueba más concreta está dada por el destino trágico que han tenido mayoritariamente quienes han osado cuestionar desde su clase el sistema establecido y han planteado modificarlo.
Ahora bien, este odio se basa en un absoluto convencimiento de superioridad inculcado por décadas a través de numerosas generaciones y tiene diferentes blancos según sea el sector más dinámico, o mayoritario de las clases oprimidas.
En nuestro país, por ejemplo, son “los negros”, entendidos estos no como personas de un color de piel distinto sino como sujetos de una clase con determinadas conductas que la elite adjudica a cuestiones de fatalidad y no a las abismales diferencias sociales.
Así como en nuestro país se discrimina a los negros, en otros países de América Latina se discrimina a los pueblos originarios, que en este caso en particular suelen ser denominados “indios” o “indios de mierda” y a los que se suele considerar de menor capacidad intelectual, hasta el caso más triste de racismo que cuestiona en Bolivia el gobierno del Presidente Evo Morales por tratarse, él mismo, de un Indio.
Pero no solo en los países periféricos o en desarrollo ocurren estas cosas. Los latinos y los negros (en este caso de piel) son sometidos a condiciones claramente discriminatorias en EE UU y las naciones europeas avanzan cada vez más hacia sociedades abiertamente racistas, donde Francia ha hecho punta desde hace años, y siguen de manera entusiasta alemanes y españoles.
¿Pero que esconde esto en realidad?
Nada más y nada menos que un pretexto para poder continuando la explotación del hombre por el hombre.
Así como allá por el mil quinientos la Iglesia Católica a través de su jefe de gobierno, el Papa, emitió un decreto (bula) por el cual se establecía que los negros no tenían alma y se hizo lo propio con los “indios” hasta que se comprendió la importancia de “afiliar sus almas a su partido religioso”, las elites dominantes han sostenido, para justificar su explotación del resto de la sociedad, el mito de su superioridad (que ha mutado según las épocas de moral, a capacidad de sacrificio, inteligencia, etcétera).
Lo único cierto es que la importancia de esa explotación pasa solo en un momento a segundo plano, y ese momento es cuando existe un gobierno o un partido de gobierno que además de garantizarle grandes ganancias propone medidas beneficiosas para las mayorías.
Pero... ¿por qué se oponen, pese a ganar más que antes a estos gobiernos?
Pueden esbozarse más de una respuesta, aunque la primera sería, de acuerdo a lo desarrollado, el desprecio profundo hacia las clases destinadas “por la providencia” a ser explotadas, sin embargo el tema de fondo pareciera ser otro. Quizás ese profundo odio de clases, que se manifiesta hoy en el “negros de mierda” y alguna vez tuvo su punto máximo en el “viva el cáncer”, esconde (aún sin saberlo en muchos casos) el miedo.
Miedo que tiene que ver con que el mito se derribe.
Miedo que tiene que ver con una realidad incontrastable. Con mejores condiciones de vida todos los hombres pueden acceder a la formación, educación y conocimiento y con estás herramientas a la información.
¿Y otra cosa podrían hacer los pueblos, educados, formados, informados que reclamar sus legítimos derechos a que se acabe con las injustas diferencias, con los falsos mitos de las superioridades y con la explotación?