Editorial

Sociedad de Ignominia Prostibularia
*Por Hugo Delgado
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Las palabras parecidas no tienen porque significar lo mismo, de hecho no lo significan.

Por caso, libertad de empresa no significa libertad de prensa ni mucho menos libertad de expresión.

Por estos días la canallesca empresarial de medios visita el país para evaluar la libertad de prensa.

La primera pregunta que surge a quien conoce quienes son estos señores es con que valores morales y autoridad lo hacen.

La SIP ha apoyado con su silencio, cuando no alegremente las dictaduras asesinas y desaparecedoras de América Latina pasadas y presentes.

La SIP ha apoyado los procesos de enajenación patrimonial a que fueron sometidos los países de la América latina en la denominada “oleada de neoliberalismo” que asoló al subcontinente durante los noventa con su genocidio silencioso.

La SIP ha dado claras muestras que cuando habla de prensa es un eufemismo de empresa y que se refiere a lo peor de los empresarios.

Empresarios que no dudan en apoyar asesinos; torturadores y desaparecedores a conveniencia.
Ahora bien... más allá de estas “bondades” grupales cuáles han sido las posiciones individuales de sus integrantes.

En Argentina, ya sabemos, la libertad de prensa significa no tocar los negocios ilegales del Grupo Clarín, empezando por la empresa Papel Prensa, apropiada bajo tortura y con la que controla el mercado de diarios; siguiendo por la inexistente Fibertel, cuya licencia ha caído aunque mantenga cautivos a millones de clientes y siguiendo por la impunidad de la dueña del grupo si se comprueba que, como parece indudable se apropió de dos menores durante la dictadura, un delito de lesa humanidad.

¿Esto quiere decir que quienes aborrecemos a la SIP lo hacemos porque aborrecemos a Clarín?
No, la aborrecemos porque somos ciudadanos, seres humanos, con valores democráticos.

Está demostrado que los miembros de la SIP en Chile recibieron cientos de miles de dólares para apuntalar la campaña que condujo al derrocamiento del gobierno constitucional de Salvador Allende en Chile.

También está probado que los miembros de la SIP apoyaron el intento de golpe de estado contra Hugo Chavez y siguen conspirando para generar las condiciones necesarias para derrocarlo, si es posible.

¿Qué decir del papel de los miembros de la SIP en Honduras?

Allí no solo apoyaron al golpe de estado que derrocó al gobierno constitucional de Celaya, sino que también se encargan a diario de ocultar los actos de violencia contra los periodistas que ya se han cobrado más de media docena de víctimas fatales.

Esta misma recorrida podríamos hacerla por Pe¨ú, donde han apoyado golpes de estado; Bolivia, en donde han realizado campañas de desprestigio de Evo Morales; Ecuador y siguen las firmas.
Ante tamaña muestra de miseria e inmoralidad surge de inmediato la pregunta lógica:
¿Cuál es la legitimidad entonces de estos señores?

La respuesta no puede ser menos clara, la prepotencia del poder. La misma prepotencia que lleva a Estados Unidos a erigirse en asesino autorizado de(¿ ex?) Empleados desarmados en nombre de la “seguridad mundial”.

Vivimos inequivocamente una sociedad mundial en la que como nunca quedan al desnudo los dobles discursos y morales.

Una sociedad en la que el poderoso, como ha ocurrido siempre, se considera con derecho sobre la vida, el futuro y los bienes del débil.

Una sociedad donde al que molesta se lo compra y al que no se puede comprar se lo asesina o se conspira para destruirlo.

Una sociedad en la que los medios cada vez más se parecen a la religión y le marcan a los ciudadanos “que se puede y que no”.

En esa sociedad, el esbozo de proyectos tibiamente independientes es un pecado que se paga con el escarnio y la muerte social y política.

Nosotros, si nosotros, la segunda potencia según dijera José Saramago, la opinión pública somos los únicos que tenemos la herramienta para cambiar esa situación y esa correlación de fuerzas.
De nuestra inteligencia depende el futuro.

De la lucidez que tengamos para decirles no a los espejitos de colores que nos quieran vender los nuevos colonizadores que vendrán a nuestras casas.

Hoy no llegarán en carabelas, lo harán a través de esa ventana que les abrimos en nuestros hogares todos los días que son los medios de comunicación.

Si no aprendemos a verlos; leerlos, escucharlos estaremos jodidos.

 
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