Editorial
*Por Hugo Delgado
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Al cierre de esta edición se cumple un nuevo aniversario de la declaración de nuestra independencia, haya por el 9 de Julio del año 1816.
Nada más real que está frase: Aniversario de la Declaración de la Independencia.
Ahora bien... Cuan independientes logramos ser en estos ciento noventa y seis años?
Porque una cosa es proclamar la independencia y otra cosa muy distinta y mucho menos sencillo de lograr es ser independientes.
A lo largo de nuestra historia el país ha sido gobernado durante más del noventa por ciento de ella por personeros de la oligarquía nativa. Oligarquía con un alto contenido cipayesco que la hacía tomar decisiones a su favor, pero en contra de los intereses de las grandes mayorías.
Primero con el fraude y la componenda, con empréstitos y eufiteusis; después con los golpes de estado y la deuda externa; finalmente minando los partidos políticos de mayor arraigo popular de traidores de clase y patéticos peleles, cobardes y remedos de estadistas que no dudaron en llevar a la Nación hasta el límite de su propia quiebra y la pérdida total de su soberanía.
Así, salvo breves pasajes de los gobiernos de Hipólito Yrigoyen; Juan Domingo Perón y Arturo Humberto Illia el país se vio gobernados por personeros que respondían intereses claramente antipopulares.
Una clase política que llegó al colmo de masacrar a sus habitantes originarios para robarles las tierras y repartirlas entre un grupete de accionistas que financiaban la sangrienta excursión.
Desde aquellos años del siglo diecinueve ya los militares argentinos estaban al servicio de la burguesía por encima de la Nación que los educaba y armaba.
Primero exterminando a los “indios” y después a “negros y zurdos” que se interpusieran en el camino de los intereses de las minorías patricias.
Y un día la tortilla de volvió, como dice la canción y la pueblada llegó a golpear las puertas de la casa del pueblo donde gobernaba un lamentable personero de la estupidez y el antipueblo.
Y la ira del pueblo bramó, y las balas de la policía también, fusilando en plena vía pública a decenas de argentinos desarmados que reclamaban a su gobierno que gobierne (pero para ellos)
Después todos conocemos la historia por reciente, helicóptero; cinco presidentes seguidos y nuevamente la represión asesina en el Puente Pueyrredón llevándose puestos los sueños de un presidente que nunca pudo serlo por los votos de la gente.
Y a partir de allí, casi un milagro de la naturaleza o de vaya a a saber que origen...
Un Presidente que se negó a ser un títere de los poderes establecidos; que dersarticuló con paciencia una Suprema Corte de Justicia vergonzante; que ordenó a la justicia actuar sobre los delitos de lesa humanidad cometidos en el país; y que comenzó un lento proceso de recuperación de los bienes del Estado y el reparto de la riqueza.
Aquí comienza entonces, un nuevo proceso independentista en el que la República Argentina comienza a poder llamarse una vez más república sin que sea una broma de mal gusto de la dialéctica; con tres poderes claramente definidos e independientes entre si (y si alguien duda de esto es necesario recordar el bienio de mayoría parlamentaria del Grupo A) y con una verdadera primavera militante que instaló a los jóvenes de nuestro país de una vez por todas en pleno centro de la escena política.
Muchos dirán que son atolondrados; otros que son soberbios; no faltarán quienes digan sin sonrojarse que no saben generar poder y también habrá quienes afirmen que son incapaces de construir.
Pero... ¿Cuál es la enseñanza de perfección que les han legado las generaciones que los precedieron?
Sin entrar a analizar sobre la sangría vivida por la generación desaparecida, podemos decir que el mayor patrimonio que acumula nuestra clase política es haber acumulado una verdadera colección de fracasos; de manera que es perfectamente aceptable que quienes empiezan tengan tropiezos.
Errores que les permitan crecer y por sobre todas las cosas dejar un aprendizaje a las generaciones venideras sobre aciertos y fallas que puedan servir de ejemplo.
Y en eso estamos, celebrando un año más de aquella enunciación que decía “nos declaramos independientes” tratando de una vez por todas de avanzar en el ejercicio definitivo que nos lleve hacia ella.
Como siempre, en medio del camino deberemos enfrentar los agoreros de turno que se opongan por cobardía y a aquellos otros que lo hagan porque ssu palabra y su acción sigue estando al servicio de la dependencia.