Opinión
Negro el 24
dedicado a Jorge Lanata
*Por Mariela González
El 24 de marzo de 1976 yo tenía 6 años y hacía pocos días que había estrenado el guardapolvo blanco de primer grado en la escuela pública. La noche anterior mi viejo había hecho el turno noche, el de 0 a 8. A mi no me gustaba ese turno en la Italo que se llevaba a mi papá todas las noches una de cada tres semanas, aunque siempre se quedara a dormir en casa algún "compañero". Y lo digo entre comillas porque a los seis años todavía no entendía bien porque en casa no se hablaba de amigos sino de compañeros, tampoco entendía porqué no había porta retratos ni fotos de la familia, porqué todos los compañeros usaban la misma campera verde oliva ni porqué se pasaban noches enteras imprimiendo papeles con una maquinita que tenía un rodillo que llenaba toda la casa de tinta, cosa que enfurecía a mi vieja, famosa por su obsesión por la limpieza.
A mi me gustaban los asados con los compañeros. Hablaban mucho de política, discutían, se reían. Eran tipos alegres y les gustaba tocar la guitarra y escuchar a Los Jaivas y a los Quilapayun. Para mi eran todos grandes, pero mirando desde mi espejo de hoy, me doy cuenta de que ninguno tenía mas de 30 años y me parecen terriblemente jóvenes.
Ese marzo de 1976, el 24 salió negro. Llegué a casa justo a tiempo para ver las cenizas de los libros con los que mi viejo había improvisado un asado. Después me sentaron y me explicaron todo lo que no podía volver a decir. "Milicos de mierda", "Viva Perón", "compañeros"... Lo que en otro tiempo causaba gracia en boca de una nena, ahora daba pánico. Los compañeros ahora eran "amigos de mama y papa" o tíos. Pero los tíos cada vez venían menos, y algunos se iban de viaje, y otros sufrían "accidentes". Ese año y el siguiente hubo tantos "accidentes" que mi hermana Anahí se resistía a salir a la calle por miedo a que la atropellara un auto a ella también. Pero no hacía falta salir a la calle. Una noche entraron saltando por los techos. Estábamos con mi mamá, mi abuela y mis 3 hermanas menores que yo. No buscaban a mi papá sino a la Vicky Walsh. Muchos años después me enteré de que confundieron la casa por el apellido de una vecina ilustre que ya se había ido del país. Era Walsh, pero se llamaba Maria Elena. La confusión nos salvó la vida.
El último "accidente" lo tuvo mi padrino. Héctor Polito. Yo lo adoraba, y ese día lloré tanto que todavía me acuerdo de las lágrimas.
Después de eso en casa cambiaron muchas cosas. Los libros, la música, el colegio, el uniforme, la misa de los cuartos domingo, el trabajo de papá. En algún momento me resultó más fácil olvidar el pasado que recordar lo que no tenía que decir. Y me olvidé. No fue difícil, porque ya nadie en casa hablaba del tema y los amigos eran otros. Mis recuerdos también se vistieron de negro. Como el 24.
Pero la memoria no se puede echar de la vida de uno así como así. Se quedó agazapada adentro mío jugándome alguna que otra mala pasada, recordándome, cada tanto, que el olvido no es eterno. Como cuando a los 16 años fui a ver a una psicóloga amiga para tratar de descubrir porqué semejante grandota boluda no podía dormir con la luz apagada. Cuando me invirtió la pregunta, me salió de corrido: - Tengo miedo de que entren a casa y nos lleven a todos. (dije "entren" como dando por sentado quienes eran y "nos lleven"!!!!) A partir de ahí empecé a desandar el camino y a descubrir otros fallidos que en casa se adjudicaron siempre a la gran herencia familiar: el despiste.
Será por eso que me indigna tanto que algunos insistan en el olvido. Lanata, entre otros, pidiendo que nos dejemos de joder con la memoria de los 70, del golpe, de los desaparecidos, de la noche negra. Utilizando su mismo vocabulario le pregunto: ¿Vos no sabés, pelotudo, qué es mas fácil olvidar que recordar, pero que el olvido deja una marca imborrable que se hace mas o menos visible según la intensidad de la luz de la verdad, pero nunca menos dolorosa?; ¿Nunca te contaron, idiota que se la tira de intelectual brillante, que la memoria se manifiesta de diferentes formas y que reaparece cada tanto recordándonos dolorosamente que el olvido no es para siempre?
Mantener viva la memoria colectiva nos permite revisar los actos fallidos de nuestra sociedad, poder dormir con la luz apagada sin sentir miedo, condenar a los culpables a la memoria eterna del pueblo que toma conciencia del genocidio.
En épocas del NUNCA MENOS, cobra mas vida que nunca, el NUNCA MAS...
Las Penas son de los Trabajadores
*Por Jorge Rachid
Parafraseando a Don Atahualpa Yupanqui, “las penas son de nosotros, las vaquitas son ajenas”, mientras los trabajadores penan, las ganancias son de las ART ya que quienes deberían cuidar el único capital que tienen los trabajadores, que es su salud, se dedican a rechazar accidentes como enfermedades inculpables preexistentes, en vez de apuntalar e invertir junto a las empresas en medidas de higiene y seguridad en el trabajo.
(Nota completa)
*Por Jorge Rachid
27/10 - Mi homenaje en un artículo escrito desde el dolor y el compromiso militante, es un homenaje a la política, a la militancia, la entrega, el compromiso, la memoria de nuestros compañeros y la voluntad de transitar los caminos de nuestro pueblo aún a costa de nosotros mismos como testimonio de entrega y vocación de servicio.
(Nota completa)
*Por Alcira Argumedo
(18/03) En las múltiples y turbulentas discusiones sobre el DNU, es sintomático el silencio acerca de las posibilidades existentes para obtener ingresos fiscales que no provengan del uso de reservas ni de ajustes en despidos, salarios y gasto social.
(Nota completa)
14/09/12 – Un recorrido por las opiniones del universo blogger sobre la marcha y los cacerolazos de este jueves.
(Nota completa)
*Por Hugo Delgado
Algunos pensaron que se acababa el sueño, otros, me incluyo, pensamos en el 2015.
Algunos seguramente no pudieron evitar un orgasmo al pensar que la construcción de estos siete años se derrumbaba con su muerte.
¡Qué equivocados estábamos todos!
¡¡Qué equivocados!!
(Nota completa)
*Por Hugo Delgado
El mismo país, la misma clase media, el mismo terror, el mismo desprecio, que en un tiempo que parecía enterrado en el olvido, sus antepasados de clase sintieron por los migrantes internos que abandonaban la siesta de las provincias para llegar a la capital.
(Nota completa)