Editorial
*Por Hugo Delgado
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La intolerancia, el racismo, la discriminación, el desprecio... Todas cualidades de una ideología que a las claras está llamada a ser minoría, a menos que como en los noventa y actualmente en Europa las mayorías estén dispuestas a suicidarse.
El mejor ejemplo de este tipo de ideologías puesta en práctica es el del gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires ejercido por el Ingeniero Mauricio Macri.
Ahora bien ¿cómo llegan estos personajes al poder?
Es claro que siempre lo hacen mediante la deslegitimización de los gobiernos populares y la política o lisa y llanamente suprimiendo las libertades (mediante un golpe de estado).
Así lo hizo Adolfo Hitler, en la Alemania arrasada de la República de Weimar, no por un golpe de estado, sino mediante los votos populares de las masas desesperadas que ante el naufragio de las salidas del sistema compró la oferta de un alucinado líder mesiánico que pregonaba la superioridad aria.
¿Hay mucha diferencia entre aquel ser medio deforme que gritaba eléctrico a las muchedumbres que había que acabar con la plaga judía y las declaraciones de Mauricio Macri responsabilizando por la inseguridad, la desocupación, la falta de viviendas y la mala atención de la salud a los “boliguayos” (esa mezcla xenófoba de bolivianos y paraguayos a quienes la derecha hace responsables de todos los males del país, junto a los peruanos y chilenos)?
Realmente no.
Y si bien resulta osado pensar en Macri aplicando “la solución final” a nuestros hermanos latinoamericanos, su mensaje de campaña “vos sos bienvenido” resultaba lo suficientemente amenazante como para entender que si “vos” lo eras significaba que había quienes no.
Sin embargo Mauricio Macri, el mismo que contrabandeó miles de automóviles 0Km y al que la “justicia adicta” del menemismo garantizo impunidad; el mismo que no asistía a sus obligaciones como legislador; el mismo que hizo campaña sucia contra sus competidores; el mismo que puso a sospechosos de haber participado en la voladura de la AMIA en la Policía Metropolitana; el mismo que hizo espionaje sobre ciudadanos; el mismo que favoreció al Grupo Clarín con una licitación a su medida para comprar netbooks por varios cientos de millones de dólares; el mismo...
Si, sin embargo ese mismo Mauricio Macri que está destruyendo la salud y la educación públicas y no construyó los kilómetros prometidos de subterráneos ni las viviendas volvió a ganar las elecciones.
Hay quien sostiene que la gente eligió no cambiar pero como análisis no resulta suficiente.
Algo más tiene que ocultarse detrás de ese voto porteño.
Un voto egoísta que se cagó en los vecinos que menos tienen y al que no le entró bala sobre ninguna de las acciones ilegales que su Jefe de Gobierno cometió, avanzando sobre todo por encima de las libertades individuales y los resortes solidarios del Estado.
Ese mismo Jefe de Gobierno que haciendo gala de un cinismo sin límites avanzó un poco más en sus grotescos pasos de comedia y afirmó, sin ponerse colorado, que repudiaba la violencia “ejercida por los docentes”.
¡Si, leyó bien! De los docentes, cuando los agresores fueron filmados, fotografiados y en su gran mayoría identificados como cercanos a las barras de Boca y Nueva Chicago (que les responden a él mismo y a Cristian Ritondo) las mismas que se usaron como fuerza de choque para generar violencia en el Indoamericano.
El cinismo de utilizar lo peor de la peor de las políticas, esa política repugnante y rancia de los conservadores; la política de las guardias blancas; de los cuerpos de choque de la oligarquía para reivindicarse como lo nuevo; como una forma distinta de hacer política; como una forma no política de hacer política.
Despreciando todo lo que tenga que ver con el intercambio y la discusión de ideas, cabalgando en esa vieja fantasía onanista de las clases medias que pretenden cagar más alto de lo que les da el culo y que abominan a las clases populares, para asentar su poder en esas capas reaccionarias de la sociedad siempre temerosa a perder sus bienes.
Sobre los sectores más autoritarios de la sociedad, esos que rezan “yo tuve que trabajar toda una vida para tener un rancho, ¿por qué el Estado va a hacer casas si no las hizo para mi?”
Esa derecha que atraviesa de manera transversal la sociedad e incluye a los sectores más retrógrados de la iglesia católica y el resto de las religiones; a los miembros de las fuerzas armadas y los sectores de clase media que se espantan cuando desde los medios oligopólicos les tiran un muerto en la vereda y le hablan de inseguridad.
Esa derecha, que es violenta por naturaleza, porque pregona el desprecio por el que nada tiene y la explotación de los desprotegidos generando la violencia que es madre de todas las violencias, la del hambre y la injusticia.
Esa derecha que no tolera que se proteste contra sus caprichos cuando gobierna y se victimiza cuando gobiernan los sectores populares.
Una derecha esencialmente antidemocrática, aunque utilice la democracia para tratar de obtener más beneficios y mantener sus privilegios.
La que hoy gobierna Europa al borde del precipicio y nos gobernó en los noventa.
Esa derecha es la que tenemos que aprender a combatir para que no vuelva, como ya lo hizo, a destruir en un par de años lo que a la sociedad toda le cuesta décadas y décadas volver a construir.
Esa derecha que reprime porque está en su esencia, y si no lo puede hacer con las fuerzas regulares contrata matones o barras para imponer sus ideas, que como no resisten discusión deben ser impuestas por la fuerza, como en la Legislatura Porteña, y contra los docentes.
Debemos aprender, debemos grabar en nuestra memoria este accionar para no caer en su trampa.