Editorial

Los contrasentidos del poder
*Por Hugo Delgado
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¿Sirve llegar al poder, si para conservar ese poder con el que se pretende cambiar la realidad no se cambia la realidad? ¿El poder neutraliza al progresismo? ¿Son prisioneros de acuerdos que no pueden dar a luz o carecen de valor para producir los cambios?

¿Cuál es el límite que podemos aceptar como valido de negociación de nuestros principios?
¿Podemos aceptar algún tipo de límites?
¿Es ético negociar límites a nuestros principios?
Por estos días se han dado dos casos más que particulares en el mundo de presidentes que reniegan de lo que fue su campaña electoral implícita o explícita.
Quien esto escribe no esperaba demasiado del primero, es que Obama, el Nobel de la Paz, es un usamericano demócrata, que debe leerse progresista, pero que en realidad es tan progresista como Lanata.
Un liberal que “parece progre” ante un cavernícola conservador, pero que ante el verdadero desafío de actuar de manera popular muestra sus babas repugnantes de asalariado del stablisment del petróleo y la guerra.
El segundo si que es una decepción, me refiero al Pepe, si, a José Mujica, presidente uruguayo.
Es que El Pepe llegó al poder como recambio de un presidente como Tabaré Vázquez, socialista con apenas un tibio barniz de progresista, siendo la esperanza de un gobierno distinto, un gobierno que hiciera gala de la imaginación que los miles de charrúas que conformaron al Frente Amplio planearon llevar al poder.
Pero nada de eso ocurrió.
El Pepe, al menos hasta ahora, solo es un remedo pintoresco de lo que se esperaba (yo esperaba) fuera.
No parece que alcanzara con sus burlas sobre los gobiernos de otros países latinoamericanos para tener una gestión de izquierda y aparece cada vez más necesario acciones reales y concretas.
Por estos días Eleuterio Fernández Huidobro, El Ñato, renunció a su senaduría después de votar contra su voluntad el deseo de la mayoría de sus pares de anular la Ley de Impunidad.
Solo un par de días después otro de los próceres de Punta Carretas, El Pepe, hizo lobby entre sus diputados para que votaran en contra la norma.
Pero... ¿Qué es lo que lleva a los dirigentes históricos tupamaros a estar contra el juzgamiento de los crímenes de lesa humanidad cometidos, en gran parte contra sus camaradas, durante la dictadura?
Una versión por allí, desmentida hasta el cansancio por los cuadro del Movimiento de Liberación nacional Tupamaros dice que existe un acuerdo alcanzado al filo de la dictadura por tupamaros y militares que incluía el compromiso de estos últimos de no volver a involucrarse en la vida civil y el compromiso de Tupamaros de no impulsar el juzgamiento de los uniformados.
¿Cuánto hay de cierto y cuánto no? Es algo que tal vez nunca sabremos.
Lo cierto es que esta gestión de gobierno frenteamplista es una triste frustración para quienes esperaban una profundización importante del modelo.
Aquí es cuando llegamos a la pregunta que alienta este editorial.
¿Sirve llegar al poder, si para conservar ese poder con el que se pretende cambiar la realidad no se cambia la realidad?
Cuando un político llega al poder y para mantenerse en el renuncia a los postulados que lo llevaron hasta ese lugar está cometiendo uno de los peores pecados que se pueden cometer.
Es que, no solo demuele su credibilidad, sino que también comienza a socavar ese contrato tácito que existe entre votante y candidato y por ende a debilitar la fortaleza de la democracia o del sistema de gobierno que se ejerza.
Algo similar pasó en nuestro país cuando Cobos se robó la voluntad de millones de votantes y votó en contra de la plataforma que lo ungió vicepresidente en el conflicto con el campo.
Es que se supone que la democracia, esta tibia forma de representación que tenemos de gobierno se supone basada en un acuerdo de palabra entre quienes votan y quienes proponen acciones de gobierno para que los voten.
Cuando no perder el poder le presupone a los gobernantes traicionar la confianza de quienes lo votaron, entonces es preferible que jamás hubieran accedido al pueblo, porque no solo perdieron el poder real, el de transformar la sociedad mediante el ejercicio del gobierno, sino que habrán faltado a su palabra frente a su masa de votantes.
¿Y quienes serán entonces aquellos a quienes represente?
Aquí yace el verdadero contrasentido del poder, figurar que se lo posee, pero tener tanto miedo de perderlo por poner en práctica nuestras ideas que ya no tenga ningún sentido ejercerlo.

 
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