Editorial

Victimización de los victimarios
*Por Hugo Delgado
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Vivimos en la Argentina una especie de reedición de aquella curiosa canción de María Elena Walsh llamada El Mundo del Revés.

En esta Argentina los victimarios asumen, mediante una gigantesca operación de prensa y la repetición de las mismas frases como un mantra, el rol de víctimas.

Lo más curioso de toda la situación es que, además, llaman a aquellos que por una u otra razón se niegan a considerarlos víctimas autoritarios.

Los torturadores y desaparecedores; los acumuladores de capital en desmedro de las mayorías; los terratenientes y propietarios de grandes extensiones de tierras; la clase media acomodada, desbordada en su odio de que quienes menos tienen accedan a algo; los especuladores; los agiotistas; los políticos que representan al uno por ciento de la sociedad; los dueños de medianas extensiones de tierras que quieren seguir viviendo del arrendamiento; todos ellos juntos, victimizadores de las grandes mayorías golpean cacerolas con la misma fuerza que antes golpeaban puertas de cuarteles para que les “solucionen sus problemas”.

¿Pero cuáles son los problemas de estos argentinos?

En realidad sus problemas son diversos y todos ellos tienen un denominador común, constituían algún tipo de privilegio afectado por el gobierno.

El campo, por caso, tal y como se han dado en autodenominar las cámaras patronales del sector agropecuario, han visto incrementada su renta de una manera extraordinaria merced a la política cambiaria del gobierno, pero el gobierno cometió la terrible osadía de pretender que compartan un poquito de todo lo que engullen y esa es una ofensa imperdonable, tanto como para desabastecer al mercado y en una clara provocación comer grandes asados a la vera de las rutas cortadas y derramar camionadas de leche en las zanjas.

Pero no queda ahí el atrevimiento de este gobierno, sino que además pretende acabar con sus prebendas históricas, como una despreciable valuación fiscal de sus bienes, llevando los valores de los campos a cifras reales.

Los grandes industriales son otro punto importante a tomar en cuenta. Su principal exponente, Cristiano Ratazzi, ha llegado a reconocer incluso que las ganancias del sector no son comparables con otra etapa histórica del país, sin embargo siguen reclamando como si fueran pobres carmelitas desvalidas que se deje en libertad a los mercados.

Otro sector importante a tener en cuenta son los sectores políticos de la oposición.
Una oposición que ha comprobado que no logra ni toda junta poder reunir las voluntades que reúne este gobierno. Y ante esta cruda realidad, en vez de buscar sintonizar con la voluntad de la mayoría (desde luego que hay excepciones) optan por descalificar al gobierno y a las mayorías. Tratando al gobierno de populista y a las mayorías nacionales de vagos, borrachos y drogadictos.
En el medio se encuentra otro factor de poder, los intermediarios; aquellos que sin ser propietarios de un solo tornillo se constituyeron en la Argentina de la producción a través del mercado internacional y substituyeron desde paraguas hasta pañuelos vía la aduana para imponer una ganancia extraordinaria a productos que compraban por tonelada en contenedores y que tuvo su máximo exponente en aquella Argentina del “Todo por un peso”.

El párrafo final es para nuestra repugnante clase media, esa clase media a la que se han agregado, merced al nuevo paradigma de la actividad, los periodistas (si es necesario alguna explicación a tanta traición y tanta mentira desde los medios, debemos comenzar a buscarla allí) que no está en contra de este gobierno en particular, sino de cualquier gobierno que se plantee de verdad ir a favor, aunque más no se tibiamente de los que menos tienen.

¿Porque qué significan, en todo caso los subsidios a los más desposeídos, sino una suerte de reparación por ser quienes más han aportado porcentualmente a las arcas del estado a través del pago de del abusivo y regresivo impuesto a las ganancias?

En medio de este panorama todos ellos han llegado a la conclusión que la única forma de atacar a un gobierno que ha convencido a las mayorías en nombre de la justicia es mentir.

Mentir y sabotear.

Mentir y sabotear mientras se repite una y otra vez el mantra “son ladrones, son violentos” y se espera que ese mantra haga carne en el subconsciente de las mayorías para que estas actúen en las urnas en contra de sus propios intereses.

En medio cometen todo tipo de tropelías.

Mienten; amenazan; compran voluntades; extorsionan; difaman; especulan; agreden; denostan; insultan; persiguen; todo en nombre, desde luego, de la democracia.

Esa democracia que olvidaron mencionar cuando tapaban el ruido de las picanas de Videla y compañía con aquel otro mantra que rezaba “algo habrán hecho”.

Y en el medio nosotros, la mayoría. Aquellos que no comulgamos con nadie por su bandera partidaria; su fe o sus palabras, pero asistimos estupefactos a gestos que incluyen a esa mayoría que integramos.

En el medio nosotros, mirando los tirones de esos aprendices de brujos que no encuentran la pócima exacta para alcanzar su truco de volver a esta Argentina nuestra a su normalidad de anormales distribuciones de la riqueza e injusticias sociales cotidianas.

 
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