Opinión

Las Máscaras Sin Rostro
Por Jorge Rachid
jorgerachid2003@yahoo.com.ar


Los egipcios las colocaban sobre los rostros de los muertos en las mortajas para representar el ser viviente, una lógica mortuoria; antes, los chinos las usaban para evocar sus leyendas y epopeyas épicas, aquí la lógica era mística. Los griegos en sus teatros las usaban para representar situaciones y personajes que trasladaban actuaciones de los artistas verdaderos, ocultos tras ellas, en una lógica representativa. En la época medieval, las usaban a las máscaras para ocultar las intenciones en las fiestas, donde evitaban comprometer a los protagonistas, en una lógica pudorosa. Los pueblos originarios las usan aún hoy para evocar epopeyas pasadas ya mitológicas o historias reales representadas en ceremonias identitarias, en una lógica religiosa. Ahora las máscaras, en nuestro país no tienen rostro detrás ni evocan situaciones, sólo sirven de escondite a quienes pretenden proteger sus intereses sin dar la cara: es una lógica cobarde y ocultista.

Muchas cosas se discuten hoy en la Argentina. Algunas forman parte de nuestra hipoteca social con un pasado que se prolonga en este presente con pobreza y marginalidad social, que debemos saldar como elemento central de cualquier acción políticaestatal. Sin embargo los embates y reclamos de dicha solución llegan de la mano alzada y enérgica de quienes fueron capaces de ignorar el daño social producido por el rigor monetarista neoliberal desde los ‘76 hasta el 2001, con un desprecio absoluto por la vida, los bienes, la calidad de vida y los proyectos y sueños de millones de argentinos desplazados de la pirámide social, arrojados al fondo de la historia e ignorados por los que lograron permanecer en el sistema, tolerando condiciones humillantes de trabajo, congelamientos salariales, desplazamientos laborales, injusticias legales y todo aquello que posibilitó una situación de desempleo masiva y control absoluto empresarial-mercadista, con un Estado ausente.

Esas máscaras, titulares de medios y agendas preparadas repetidas sin cesar, que nadie se pregunta qué esconden, porque se verían los rostros que no se quieren ver –por ser protagonistas de esa historia de dolor y muerte–, son las mismas que desde otro lugar claman por la diversificación de los medios de comunicación y su democratización. No quieren nuevos actores, no quieren que otros marquen la agenda nacional, se oponen al avance de la tecnología, refieren modelos autocráticos para defender sus intereses, cuando en nuestro país funcionan a pleno las instituciones de la democracia y el republicanismo.

Usan máscara de todo tipo sin tapujos, echando versiones distorsionantes sobre los al-cances de un proyecto de ley en discusión en el Congreso de la Nación. Los mismos que no dudaron en saludar las dictaduras ni elogiar los golpismos de Kissinger en Chile, ni la bordaberrización del Uruguay, ni los asesinatos de colegas periodistas en la Argentina.

Es más, muchos de esos rostros escondidos siguen escribiendo, dando cátedra sobre los manejos democráticos que se deberían tener para ser un país serio y responsable, con “seguridad jurídica”, para poder recibir de brazos abiertos las inversiones “solidarias” del capital financiero internacional.
Esas mismas máscaras que esconden la hipocresía, el engaño, el poder detrás del amparo democrático, acostumbradas a operar desde las sombras, con favores y contribuciones, intentan desnudar cualquier signo opositor a sus designios utilizando la calumnia y la difamación a través de sus cadenas informativas creando un consciente colectivo de corrupción y caos como lo describe con precisión Naomí Klein en su libro “Teoría del Kaos”, con informaciones detalladas desde el centro mismo del poder mundial. Esto es el Grupo de los 8, los organismos financieros internacionales, los grandes medios de comunicación social al servicio de una globalización financiera e informativa de fines determinados.

Así escuchamos y leemos que este conjunto de situaciones es peor que la dictadura del 76, que se intenta cercenar la libertad de expresión, que estamos en situación terminal, que el gobierno no llega al 2011, que la pobreza está en situación límite, que la actualidad social es peor que en el 2001, que no se pueden pagar los vencimientos de deuda, que se deberán emitir nuevos patacones, que el enriquecimiento de los funcionarios es escandaloso, que el país es un desastre, que las provincias están en colapso, que el mundo nos ignora, que los demás son mejores y entienden lo que pasa, que los mercados están cerrados para nosotros, que no tenemos financiamiento externo, que nadie nos compra ni nos vende, que no somos respetados, que necesitamos orden, que necesitamos mano dura y seguridad, que la droga viene de arriba, que estamos atados a Chávez, que los bolivianos nos venden gas caro y lo vendemos a Chile barato, que el plan ener-gético es lamentable, que dejamos que hagan con nosotros lo que quieran, que tenemos fútbol pero no comida, que compramos Aerolíneas para salvar a los españoles, que los gremios de la CGT hacen lo que quieren, que el gobierno no tiene poder , con faltas de respeto y agravios constantes al Ejecutivo Nacional, que los empresarios están preocupados, que las Cámaras están pidiendo igual que el sector llamado “campo”, que se vayan, en una catarata que podría seguir sin que nos demos cuenta que sólo defienden un interés: el económico corporativo- empresarial, detrás de mil máscaras informativas.

Los argentinos venimos de experiencias de dolor y de situaciones límites. Estamos acostumbrados como pocos pueblos del mundo a atravesar crisis y sabemos que todas ellas tienen un porqué: la preservación de intereses concretos. Todavía hoy lamentamos el golpe del 76 cuando la economía estaba florecida, los trabajadores con salarios dignos y las condiciones del país eran interna y externamente óptimas. Pero necesitaban un golpe de Estado para desmontar el Estado de Bienestar, la excusa la guerrilla, pero el fondo era el plan de ajuste. Necesitaban consolidar la experiencia a futuro, por eso la irrupción del terrorismo de Estado que permitió la matanza y el genocidio.

Mano de obra barata a partir del terror sobre las comisiones internas de delegados y flexibilización de leyes laborales, el estado de emergencia lo exigía. Los medios aplaudían, los patrones también, ahora había paz –de los cementerios–, pero paz al fin saludada por el sistema en pleno. Los rostros oscuros del dolor no aparecían, sólo un grupo de madres valientes puso el pecho. “Las locas” las denominaron con desprecio el poder y los medios. Los subversivos eran los obreros que pedían condiciones justas de trabajo. Quienes no aceptaban las reglas de juego eran tratados como enemigos; cientos de empresas fueron malvendidas por la extorsión, el apriete y la persecución con tortura incluida. Ahí están las Chacras de Coria en Mendoza, entre otras, obtenidas bajo tormento.

La apertura democrática se dedicó a la cosmética administrativa y la profundización del diseño neoliberal. Cualquier conato de rebeldía era atacado por el discurso único dominante. Así le fue al ministro Grinspun cuando pretendió poner límites al FMI, eyectado. Cuando las privatizaciones fueron direccionadas a Europa en vez de EE.UU., vino Todman y los medios a tomar cartas en el asunto. Fuimos al Golfo con tropas, apare-cieron las AFJP, las ART, las prepagas, las escuelas express, nos endeudamos como querían, rematamos las empresas del estado, hicimos los deberes para que el mundo nos aclamara, junto a los virreyes y los medios de comunicación aplaudiendo, mientras millones de compatriotas orillaban el hambre y la desesperación del sin destino. Nos apropiamos de los fondos de los jubilados, les bajamos las pensiones, congelamos los salarios y todo estaba bien, ni una crítica, ni un comentario, ni una diatriba contra los gobiernos de turno. El rumbo era el correcto, el pedido dentro de las reglas del juego del mercado por el Consenso de Washington. Estábamos en el “primer mundo”, donde la frivolidad reemplazó la decisión estratégica, donde la mano de plástico y la sonrisa hipócrita se vendió mejor que las conductas y los ideales. Las soberanías son negociadas en los tratados internacionales con los poderosos y aquellos que se niegan a ese camino son estigmatizados, condenados, vilipendiados, calumniados y difamados por los operadores mundiales del “deber ser”, de lo “políticamente correcto”.

Las máscaras pueden seguir escondiendo la verdad, pero no van a poder esconder sus intenciones mucho tiempo. La democracia es tensión de intereses y cada uno sabe donde se ubica en la contienda; el consenso es el pacto que congela situaciones injustas. Se puede negociar, claro que sí, pero hacerlo en condiciones de extorsión no es negociar; plantear verdades absolutas no es pedir, es exigir y la comunidad organizada requiere de un Estado que vele por los intereses del conjunto, no de un sector sobre el resto.

Consolidar leyes de las dictaduras, mantener el formato estructural neoliberal económico-financiero, volver a ser un país de commodities sin valor agregado, es definir un país al que le sobran 20 millones de argentinos. Que lo digan quienes lo quieren, entonces lo discutimos; pero no se puede reclamar por la pobreza y negarse a entregar parte de la renta extraordinaria de la tierra, no se puede decir que debemos tener una nueva ley de medios pero no es el momento de discutir; en definitiva no se puede intentar construir un país más justo cuando las actitudes son corporativas y empresariales, desconociendo la necesidad de afianzarnos como Nación y dejar de despreciarnos entre nosotros como argentinos.

Las máscaras seguirán su curso sinuoso sin mostrar su verdadero rostro, porque en la exposición anida su debilidad. Son los mismos rostros de siempre, ni siquiera reciclados, capaces de apoyar masacres en nombre de la libertad y la democracia; los que defendieron la postergación indefinida de las necesidades en función del crecimiento en la famosa teoría del derrame, los que desmontaron la solidaridad social para construir el exitismo individualista y perverso de la cultura dominante desde el 76, quienes con pensamientos eurocentristas o con relaciones carnales desconocieron los fundamentos de la identidad nacional, quienes siempre están planteando la reconciliación después de posi-cionarse desde la violencia institucional.

Quienes apostamos a reconstruir la Nación lo hacemos sobre la base de la verdad y la justicia, no desde la ideología; los peronistas la tenemos y la exponemos, convocando desde los buenos seres humanos hacia delante, pero sin ser ingenuos con los especuladores y codiciosos, los fanáticos y oportunistas forjados en estos años de destrucción del ser nacional. A los dueños de la racionalidad y de los buenos modales, les decimos que no somos dueños de nada más que de nuestros sueños y esperanzas de una Argentina más justa, más libre y más soberana, con un compromiso inclaudicable junto al pueblo y una vocación de servicio militante.

 
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