Editorial

El derecho de vivir en paz
*Por Hugo Delgado
direccion@elnuevopueblo.info


Mienten, mienten, mienten...
Hasta el hartazgo, hasta que se les acalambra el paladar
hasta que se les gasta el sentido a las palabras...
¡¡Mienten!!
Todo el día; todos los días
siguiendo el viejo precepto hitleriano del “miente; miente; miente que algo quedará”


Nos saturan de mentiras, de ideas intencionadas disfrazadas de neutrales (que conforman la más miserable forma de mentir).

Confunden deliberadamente los términos a sus fines. Algunas vez convirtieron en sinónimo subversivo y terrorista, con lo que podrían haber chupado a Jesús y San martín en sus campos de concentración y tortura y darles máquina hasta matarlos.

Mienten; mienten; mienten...

Nos hablan de paz y nos quieren hacer creer que la paz es la no existencia de guerras, cuando paz es la inexistencia de violencia.

No hay paz sin justicia social, sin justicia, no podrá haberla jamás mientras uno solo de nuestros niños tenga hambre.

Mienten; mienten; mienten...

Nos dicen todo el tiempo que los pobres son violentos, que sus reclamos están basados en el reclamo de dádivas, de asistencialismo y caridad. Nos explican hasta el cansancio que cuando putean lo hacen de puro violentos y cuando cortan una calle lo hacen por desprecio a los “que trabajan y pueden estar un poco mejor”.

Nos envenenan la sangre confundiendo la esencia de la cuestión y se olvidan todo el tiempo de precisar cual es el origen de la violencia, generalmente fundado en una acción de injusticia. Y si existe una acción violenta no puede acusarse jamás a quien reacciona violentamente.

Es que vivimos entrampados en una maraña de palabras dichas a repetición desde todos los medios privados en una virtual cadena desinformativa que nos lleva a creer inequívocamente que esa verdad deformada, formada en realidad (en cuanto a creada) es nuestra cotidianidad, mientras que lo que vivimos a diario es solo una percepción deformada de la realidad.

Pasando en claro: lo que cada uno de nosotros vive, en realidad no es la realidad sino una deformación de la realidad contaminada por nuestras pasiones y por la mentira y la única realidad existente y válida es la que nos muestran los medios.


Es decir... Si usted, supongamos, está de acuerdo con el gobierno y la mayoría de sus vecinos lo está usted está equivocado, porque usted en realidad odia al gobierno al igual que todos sus vecinos y su concepto es erróneo y mentiroso o está comprado por un choripan y una cajita de vino.

No importa que usted sea ingeniero o comerciante; maestro o cartonero, si usted no opina como el “partido de los medios” usted queda automáticamente excluido de quienes “opinan con razón”, porque solo opinan con razón quienes opinan como ellos.

El resto de los argentinos no existimos y no tenemos, por ende, derecho a opinar.
Nuestra palabra no existe, no sirve, no interesa, a menos que sea un exabrupto que pueda ser usado para mostrar que violenta es la chusma.

La tiranía mediática de hoy en día y su férrea censura de opinión nos lleva a hurgar dentro de los contenidos institucionales buscando paralelismos y solo nos permite avizorar, en esta suerte de guetto en que han encerrado a la opinión de las mayorías un futuro en el cual, así como alguna vez se habló de instalar el voto calificado hoy se instale en la Nación la opinión calificada, en que la mayoría no opine, en nombre de la democracia.

 
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