El “mundo al revés”

*Por Soledad Guarnaccia

Para las derechas políticas el kirchnerismo ha desnaturalizado el orden social. Rectificar ese orden es la misión que se autoasignan y en este contexto se inscribe la represión en el Borda.

Hacia el mediodía del viernes, cuando todavía la represión lanzada por la Policía Metropolitana en el Borda no había concluido, uno de los noticieros centrales de la emisora TN dejaba de lado por un momento los informes que había preparado para cuestionar una vez más al gobierno nacional, para pasar a su bloque de entretenimientos. El presentador de dicho bloque anunciaba el tema del día: un puñado de videos colgados en You Tube sobre gatos persiguiendo y agrediendo a perros que los doblaban en tamaño. El informe se titulaba “el mundo al revés”.

Título paradójico porque durante largas horas del viernes los mismos editores titularon como "incidentes" a la brutal represión de la policía Metropolitana. Aunque no menos paradójico que la inversión de sentido que el propio Jefe de Gobierno proponía varias horas después, cuando interpretaba la represión como agresión de los manifestantes a la policía, al tiempo que reflexionaba: "no es una sociedad normal la que acepta este tipo de cosas".

Pero también, el título es sintomático del modo en que perciben la política nacional algunos grupos de poder: hay una matriz interpretativa que trabaja con la idea de que hoy la Argentina es el “mundo al revés” y el kirchnerismo es el responsable de esa inversión. Poner en discusión al Poder Judicial, vincular la selección de jueces con el principio de soberanía popular o asistir en nombre del Estado a las reuniones de accionistas de las grandes empresas, constituirían los “indicios” más recientes de que el kirchnerismo habría dado vuelta el orden “natural” de las cosas. Como los gatos que persiguen a los perros.

Si la Argentina es el “mundo al revés” entonces cabe rectificarlo y las derechas políticas locales se presentan hoy a la ciudadanía como las alternativas que se encomiendan esta misión. ¿Qué han hecho hasta aquí para llevarla a cabo? Entre otras, dos estrategias han quedado muy a la vista durante la semana que pasó. Por un lado, se apela a la judicialización de cada reforma que aprueban los representantes de la soberanía popular, como viene ocurriendo con la Ley de Medios y como ya se anunció respecto a la Reforma del Poder Judicial. De este modo, las decisiones políticas populares quedan supeditadas a un grupo social minoritario, cuya probidad es como mínimo despareja y su conformación social bastante homogénea -las clases altas y medias altas, que son las que acceden a los cargos decisorios del Poder Judicial-. Se trata, en nombre de la República y la división de poderes, de una nueva versión del gobierno de las minorías “naturalmente” autorizadas.

Otra vía explorada consiste en intentar ampliar el umbral social de tolerancia a la represión estatal. En ocasión a la violenta represión del Parque Centenario sugeríamos que al macrismo le interesaba menos el enrejado del Parque Centenario que “medir” cuánta represión es capaz de tolerar la ciudadanía porteña en nombre del “orden”. En esa línea también se inscribe la represión en el Borda, con el “plus” del abierto aval que en conferencia de prensa Macri otorgó a la Metropolitana luego de su accionar durante la mañana y el mediodía. Ese mensaje político es tan grave como la represión misma, porque no solo autoriza a la Metropolitana para seguir reprimiendo, sino que también envía un claro mensaje al conjunto de la ciudadanía: a los disconformes con el macrismo, se les indica cuáles son los “parámetros” de “tolerancia” que el Jefe de Gobierno porteño establece frente a cualquier reclamo social; a los que apoyan, se les ofrece una señal de que quien está dispuesto a ser candidato presidencial en el 2015 es capaz de gobernar con “autoridad”, no dudando en alistar a la policía incluso en un hospital neuropsiquiátrico.

Además, se trata también de marcar que la policía primero reprime, y luego, si queda algo por hacer, disuade; pensar lo contrario sería adherir a los protocolos de seguridad propios del “mundo al revés” kirchnerista, a los que no adhirió la Ciudad de Buenos Aires.

Por supuesto que este discurso tiene fisuras y algunas de ellas son muy evidentes. Así, un grupo conformado, ya no por las clases más bajas de la ciudad que son las históricamente estigmatizadas, sino por actores con reconocimiento social como médicos y periodistas, son caracterizados como violentos mientras la Policía Metropolitana, la misma que fue creada por el “Fino” Palacios y que actuó como actuó en el Indoamericano, en el Parque Centenario, en la Sala Alberdi y finalmente en el Borda, es presentada como la víctima directa de los “ataques”.

Asimismo, se habla de modernización y de trabajo en equipo, pero las imágenes demuestran una fuerza totalmente desorganizada, a tal punto que parece no tener otra estrategia que buscar el choque directo, lo que arroja indefectiblemente un sinnúmero de heridos, incluso en la propia fuerza policial.

Finalmente, se pretende construir una imagen de autoridad política para el Jefe de Gobierno porteño, pero lo cierto es que se le devuelve a los comisarios todo el poder, con lo cual la institución policial vuelve a regirse como una corporación y no como una institución pública al mando de la máxima autoridad política distrital.

Algunas de estas fisuras quedaron en evidencia en el hecho mismo de llevar a cabo una represión en un hospital neuropsiquiátrico, un caso único en la historia. Sin embargo, cuando una represión llega tan lejos, el problema ya no es sólo quién la decide, en este caso Mauricio Macri, sino que se trata de un problema social, en el sentido de que esa represión se produce dentro de una sociedad atravesada por prácticas culturales, ideológicas y políticas capaces de legitimarla, es decir, de producirla no como un fenómeno extraordinario, sino como un fenómeno posible que surge de su propio seno.
Tan importante como poner el foco en el Jefe de Gobierno es indagar, interpelar y buscar transformar esas prácticas que se nutren de un imaginario según el cual es necesario rectificar un orden social que ha sido trastornado.

 
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