*Por Leonardo Boff
Cada época
cultural establece su diálogo con la naturaleza. Un día hace hincapié en su
carácter imponderable y por eso mágico, otro día capta su simetría profunda y
por lo tanto la naturaleza como cosmos, y otras veces incluso su aspecto
creativo, irreductible a la lógica lineal. Según Alexandre Koyré e Ilya
Prigogine, el diálogo experimental constituye la práctica específica de la
ciencia moderna. Hoy más allá de ella, parece ser la práctica holística la que
caracteriza el enfoque contemporáneo de la naturaleza. Todas las
representaciones del mundo son complementarias y ayudan a descifrar aquello que
es más que el enigma de la naturaleza, es decir, su verdadero misterio.
Para la visión contemporánea, el universo es cada vez más una realidad
incognoscible. Ella está continuamente desafiada a conocer un proceso que no
tiene fin. Por esta razón, es importante tomar en serio las distintas ventanas
que los distintos saberes abren a la comprensión de la naturaleza. De ahí su
carácter holístico (totalizador y sintético).
De todas formas, la lectura del mundo pertenece al complejo cultural del
tiempo y se inscribe en el concierto de las demás prácticas. Del diálogo del
ser humano con la naturaleza surgen varias cosmologías. Y cada cosmología se
orienta por una imagen del mundo resultante de los más distintos saberes.
Curiosamente, cada cosmología plantea la cuestión de Dios. Y con razón,
porque como decía el gran físico David Bohm (Premio Nobel): "La gente
intuye una forma de inteligencia que organizó, en el pasado, el universo, y la
personalizaron llamándola Dios".
La cosmología antigua veía el mundo a través de la metáfora de la pirámide.
Dios ahí encajaba perfectamente, como la cumbre de todos los seres. En la
cosmología moderna de A. Newton y G. Galilei el mundo era visto como una
máquina que funciona con sus leyes deterministas. Dios entra como el arquitecto
del universo que pone a funcionar la máquina al principio y ya no tendrá que
acompañarla. La cosmología contemporánea ve el mundo como un juego o un baile o
un tejido o una red. Desde hace décadas, se reconoce que el universo es un
inmenso juego de las fuerzas en interacción, una danza cósmica de partículas
siempre interdependientes, formando campos de materia y de energía cada vez más
ordenados hasta adquirir en los seres vivos autorregulación, que escapa a la
segunda ley de la termodinámica: la entropía. La flecha del tiempo, en lugar de
conducirnos al desorden máximo y a la muerte térmica, nos lleva hacia niveles
cada vez más altos de sentido y de creatividad. Es la visión de Ilya Prigogine
(premio Nobel) con sus estructuras disipativas.
Lo que más fascina a los científicos es la constatación de la armonía y la
belleza del universo. Todo parece haber sido montado para que de la profundidad
abismal de un océano de energía primordial (vacío cuántico), surgiera el campo
de Higgs, los bosones, las partículas elementales, después la materia ordenada,
luego la materia compleja que es la vida y por último la materia en completa
sintonía de vibraciones, formando una suprema unidad holística: la conciencia
(condensado Bose-Einstein de tipo Fröhlich/ Prigogine).
Como dicen los formuladores del principio antrópico (fuerte y débil,
Brandon Carter, Hubert Reeves y otros): si las cosas no hubieran ocurrido como
ocurrieron, no estaríamos aquí para hablar de ellas. Es decir, para que
nosotros pudiéramos estar aquí, fue necesario que todos los factores cósmicos
en todos los 13,7 mil millones años se hayan articulado y hayan convergido de
tal manera que fuese posible (aunque no es necesario) la complejidad, la vida y
la conciencia. De lo contrario nada de lo que existe hoy en día existiría.
Ha habido una minucioso ajuste de las constantes fundamentales sin el cual
nunca habrían surgido las estrellas ni eclosionado la vida en el universo. Por
ejemplo, si la fuerza nuclear fuerte (la que mantiene la cohesión de los
núcleos atómicos) hubiera sido un 1% más fuerte, jamás se habría formado el
hidrógeno, que combinado con el oxígeno nos da el agua, imprescindible para los
seres vivos.
En cada cosa encontramos el todo, el caos siendo creativo, las fuerzas
interactuando, las partículas articulándose, la estabilización de la materia
sucediendo, la apertura a nuevas relaciones dándose, y la vida creando órdenes
cada vez más sofisticados y autoconscientes.
La verificación de este orden del universo hace surgir en los científicos
como Einstein, Heisenberg, Bohm, Prigogine, Swimme y otros, el sentimiento de
asombro y reverencia. Nos abre a los espacios infinitos de la indagación
humana: ¿Qué existía antes de la existencia temporal del universo? ¿Por qué
existe el ser y no la nada? ¿Qué esa Realidad que se presenta como la creadora
y sustentadora de todos los fenómenos?
Ella tiene un nombre, el de nuestro respeto y nuestra unción. Un filósofo
como Jean Guitton podía decir, "no me atrevo a nombrarla, pues cualquier
nombre es imperfecto para designar al Ser sin semejanza". Un teólogo se
atreve más: la llama Dios: Energía de todas las energías.
*Leonardo Boff y Mark Hathaway son autores de El Tao de la Liberación (diálogo entre
ciencia moderna y teología), Vozes 2012.