Altos estudios, Bajos valores
*Por Hugo Delgado


La UNLP se vanagloria del negocio inmobiliario de Santa Catalina y mira para otro lado mientras distrae a sus alumnos con el “chupetín” de nuevas construcciones desde su web oficial (ver aparte)


Hace algunos, no muchos días hablaba con un amigo sobre las implicancias del posmodernismo que parece haber (en algunos aspectos) haberlo inundado todo.

Esto a propósito de las declaraciones de la UNLP a través de su representante legal respecto a su responsabilidad sobre el destino final de las tierras de Santa Catalina.

Las declaraciones de este señor, perfectamente ajustadas a derecho me recuerdan el caso de un conocido personaje, violador de un menor, que salió en libertad en poco tiempo porque sus abogados comprobaron que no había eyaculado y entonces “no fue una violación sino un abuso deshonesto”. “¡No es un violador!”.

Dejaremos para otro día los valores éticos de este tipo de profesionales del derecho, y volveremos a nuestro tema: Santa Catalina y la UNLP.

No trataremos aquí el tema de la ilegitimidad de vender un bien donado para un fin; ni siquiera analizaremos que la UNLP obtuvo ese terreno de un dictador.

Analizaremos otra cuestión, la moralidad que debe tener una casa de altos estudios en su conducta, aunque más no sea por aquello de que “se aprende de las acciones y no de las palabras”.

Lo cierto es que la Universidad Nacional de la Plata ha dado una gran enseñanza a sus estudiantes: “Todo vale”.

Y bajo ese todo vale ha decidido cocinar la masa de los ladrillos con que construirá sus próximas obras con la sangre de los vecinos de Lomas de Zamora y de los estudiantes de la UNLZ que deberán convivir con un basural de dimensiones inusitadas instalado en lo que es a la actualidad una de las últimas Reservas naturales de la zona.

El criterio de las autoridades de la UNLP es un “no me importa” sobre la suerte de sus conciudadanos y una asombrosa mimetización con el accionar empresarial.

Es que uno no se asombraría de que un gerente respondiera con desdén sobre la suerte de la sociedad toda en pos de una ganacia, pero jamás lo aguardaría de un catedrático.

Esta es la cruda realidad de la comunidad educativa de la Universidad Nacional de La Plata, de su cuerpo directivo, si, pero también de sus alumnos, de sus docentes, sus no docentes y cada una de las personas que pasan por sus claustros y pasillos.

Ellos, con su silencio cómplice entran también en ese juego que recuerda a aquel lamentable eslogan de la dictadura “el silencio es salud”.

Y si, porque para qué pelear por alguien a quien no conocemos, si además no hacerlo nos va a traer el beneficio de nuevos edificios.

¿Son esos los argentinos que queremos formar en nuestras universidades?

¿Nuestros futuros profesionales e intelectuales?

La verdad es que da mucha pena no ver a los alumnos de La Plata oponerse junto a sus compañeros de Lomas de Zamora y de cada uno de los claustros del país a esta acción inmoral de Santa Catalina.

Y aquí volvemos al comienzo, a la posmodernidad que lo justifica todo en el paso del tiempo y la cuestión de aquel debate:

¿La posmodernidad es inmoral o los inmorales se esconden en ella cuando no pueden justificar sus acciones?

(* Director Editorial de El Nuevo Pueblo)

 
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