Editorial


Nada que festejar
*Por Hugo Delgado

Hace años que la discusión sube más y más de tono al aproximarse el 12 de octubre.
De un lado los hispanófilos, defendiendo a capa y espada los más de 500 años de saqueo y violaciones en nombre de la “cultura, la raza y la fe” del otro los anticolonialistas, reivindicando el derecho de los pueblos a no ser sometidos por potencias imperialistas.
Lo real es que cada vez es más elocuente que don Cristóbal no buscaba las Indias sino estas tierras de las que había noticias desde casi un milenio antes.
Si nos tomamos el trabajo de cotejar antiguos mapas vamos a encontrar la casi exacta descripción de la costa americana del pacífico.
Es que desde los fenicios (y tal vez los egipcios) pasando por los vikingos, comerciantes del viejo mundo visitaban estas tierras y comerciaban con sus habitantes.
Lo que cambió allá por los finales del 1400 fue que no se planificó un intercambio comercial sino el sometimiento y la conquista.
Como corresponde, se negoció con la iglesia católica un dinero para la bendición de las atrocidades a cometer y se llegó al extremo de aseverar teológicamente que los nativos del “nuevo mundo” no tenían alma.
Cuando en la escuela nos hablan de las mitas y las encomiendas muy superficialmente, se cuidan muy bien de decir que eran verdaderos campos de exterminio donde se sometía a los hombres libres de las américas a trabajos forzados por el delito de haber nacido aquí.
Cuando se habla de intercambio, se refieren a la rapiña de todas las riquezas imaginables, en una de las transferencias de capital más importantes de la historia.
El oro, la plata y los esclavos de América fueron el sustento de las aventuras de los reyezuelos ibéricos y desde luego, la desgracia de los pueblos americanos.
Curiosamente los territorios más ricos del continente al momento de la conquista son hoy los más pobres, como el Potosí, donde la extracción de plata fue tan extrema que prácticamente no quedó nada que sacar.
Podríamos hablar por hojas y hojas sobre las riquezas expoliadas en nombre de dios y su majestad sin entrar en repeticiones.
Lo real es que aún hoy siguen robándonos, lo hacen con sus empresas y sus empresarios y se llenan la boca hablando de primer mundo y democracia, mientras en su país alientan prácticas xenófobas y prohíben la libertad de expresión, como la marcha contra el día de la raza, y proscriben partidos políticos, como el Herri Batasuna, porque se niegan a aceptar la autoridad del rey y plantean alcanzar democráticamente la independencia.
Hoy, igual que hace 500 años, un señor, investido como rey por un dictador, y desde luego asesino, se da el lujo de ordenar silencio a un Presidente elegido democráticamente por su pueblo porque denuncia en un foro público la canallada de un ex presidente alcahuete de la CIA.
Han pasado muchos años, han causado muchas muertes, y las siguen causando. Siguen alentando impunemente golpes, movidas económicas, y cuando tienen quebrantos expulsan a sus trabajadores y gente más humilde hacia nuestros países que desde luego los recibe con los brazos abiertos como corresponde.
A llegaron mis abuelos y seguramente los abuelos de muchos de quienes leen esta nota, asimismo, tal vez no podrían hacer el viaje inverso hoy porque les cerrarían las puertas.
Es por eso, por su violencia, rapiña e intolerancia; por su egoísmo y soberbia; por sus reyes retrógrados; por su absurdo sentido de superioridad alimentado con nuestras riquezas; por la sangre de los millones de americanos muertos para empedrar su camino que ante un nuevo 12 de octubre expresamos claramente y a viva voz.
Nada que festejar.

 
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