Un ejercicio de imaginación
(a propósito del genocidio palestino en Gaza)


Por Hugo Delgado

(08/01) Imagínese usted que, pongamos… ¿mañana? Un pueblo de la estepa de Mongolia, en cuyos libros sagrados se afirma fehacientemente que hace cinco mil años habitaron un lugar en el que hoy se erige, digamos que Córdoba; o Montevideo o Texas o París, decide que es mandato de dios, Su Dios, recuperar sus tierras.
Imagínese que llegan, los pacíficos y bondadosos mongoles armados hasta los dientes e instalan un bunker.
Imagínese que matan a cuanto cordobés; texano; montevideano o parisino (sea cual sea la ciudad que su dios les ha dicho les pertenece) trata de impedirlo.
Imagínese que llegan más y más mongoles y que en nombre de la paz (Su paz) crean un estado que discrimine a todos los que no sean mongoles y crean leyes que autorizan a torturar a los prisioneros y a asesinar a cuanto ser humano crean es un peligro para su estado de dios.
Imagínese que alguno de esos muertos es su hijo; hermano; padre.
Imagínese que en nombre de la paz y su dios misericordioso lo privan a usted y a todos sus compatriotas del derecho a la vida; a circular por la tierra en que nació y si todavía los insulta o les arroja alguna piedra a sus tanques lo encierran con el resto de sus compatriotas en un gueto.
Imagínese que los mongoles, en su infinita benevolencia, como buenos hijos de dios (el de ellos) además creen que usted sigue atentando contra ellos cuando ejerce su legítimo derecho a la defensa y cierran los accesos a su gueto privándolo del agua potable; medicamentos; combustibles y todos tipo de artículos alimenticios.
Imagínese que eso aún no les es suficiente y en un acto más de su infinita concepción humanitaria comienzan a bombardear su gueto, en el que usted ha sido confinado por ellos, y matan decenas; cientos de civiles, entre ellos numerosos niños y mujeres.
Imagínese a los embajadores mongoles protestando severamente ante las cancillerías que emiten tibias condenas verbales ante tamaña monstruosidad genocida.
Imagínese a los nietos de Hitler diciendo sobriamente que los mongoles ejercen su legítimo derecho a la defensa.
Imagínese, al fin, que todos miramos horrorizados las imágenes que pasa la televisión, aún sabiendo que la censura que se ejerce sobre esos medios permite que se difunda apenas el diez por ciento de la realidad.
Imagínese, en fin, que todo esto no es cierto, que es solo el sueño irracional de un puñado de dementes amparados en su dinero rodado en Hollywood con algún mal actor de buenos músculos como protagonista.
Quemé (o deje de comprar) los diarios, arrójele una maceta al televisor y solo use el equipo de audio para escuchar música que pronto, con suerte muy pronto, el genocidio palestino habrá acabado y solo será necesario quemar los libros de historia para que nadie recuerde que hubo alguna vez un pueblo llamado así, al que en nombre de los libros sagrados de una minoría fueron conculcados todos sus derechos.
Ahora, ponga en su aparato una bella canción pop y salga shopping.

 
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