Editorial

Cuando la realidad puede inventarse
*Por Hugo Delgado
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(25/11) La medida de la inseguridad en la Argentina del siglo XXI está dada por el humor de los empresarios de medios y la falta de escándalos alternativos.

En realidad... La inseguridad es un tema recurrente de la derecha del país (en la que por cierto se ve envuelta en mayor o menor medida la sociedad toda) y que tiene como fin promover acciones que lleven a generar una mayor represión (que debe empezar en “los delitos” para poder extenderse luego a la sociedad toda).

La represión es como un virus que cuando sale a interactuar con la sociedad se conoce sus efectos inmediatos, pero jamás los posteriores. No es casual en este contexto que se hagan asociaciones libres y, como bien dice elías Neuman se sinonimicen determinadas cuestiones como droga y delito.

Estoy seguro que muchos de los lectores de este medio se sorprenderían si supieran cuantos prestigiosos y serios profesionales y comerciantes que frecuentan y hasta admiran consumen drogas, pero cuando la represión se desate los palos no iran a parar sobre ellos (no hay gente de buen nivel adquisitivo presa por consumo de drogas, solo pibitos presuntos chorros).

Un hecho casi desapercibido para la sociedad toda me llamó poderosamente la atención y encendió la señal de alarma: en las marchas por seguridad de Wilde un hombre agredió a una mujer joven a la que calificó de “infiltrada”. Esto no era cierto, porque la chica claramente protestaba en reclamo de una “seguridad” más amplia: pedía “Pan y Trabajo para todos”. Cuando se le preguntó al agresor el motivo de la violencia explicó claramente y sin tapujos que “se trataba de una infiltrada que venía a manifestarse en contra de la represión que estamos pidiendo”.

Infiltrados; agitadores; drogadictos; zurdos; subversivos; terroristas; guerrilleros; narcos y siguen las firmas, son solo algunos de los adjetivos con los que los sectores más reaccionarios de la sociedad suelen (y solían) tildar a los elementos que se atreven a cuestionar las salidas facilistas que se propone desde el poder (que generalmente están vinculadas a mantener el status quo de injusticia justamente cuestionado por estos sectores que suelen ser denominados progresistas).
Lamentablemente la formación judeocristiana de nuestra sociedad la convierte en un cuerpo naturalmente conservador que ve con miedo cualquier propuesta superadora del modelo vigente bajo la advocación divina del “más vale malo conocido que bueno por conocer”.

Un miedo sembrado y alimentado hasta el hartazgo por los medios con la doble finalidad de, vender por un lado y justificar la represión por el otro.

No son casuales ni ingenuos, en este punto, los pedidos de represión de ciertos sectores del poder político de mayores trabas a la libertad como por ejemplo la reinstalación de los edictos y la baja en la edad de imputabilidad.

Estas políticas represivas esconden el deseo oculto de poder aplicar medidas de gobierno de claro corte antipopular que solo se digieren con una buena dosis de palos y que generalmente está apuntada a los mismos sujetos sociales que son usados para clamar por ellas.

Es nuestro deber, aún nadando contra corriente y sirviendo de blanco para que aquellos mismos que finalmente serán objeto de las represiones nos reprueben.
Para finalizar voy a contarles una anécdota de hace muchos años. Corrían los plumbíferos años `90 de la maldita bonaerense y yo conducía un programa radial que tenía la sana costumbre de tratar de estar siempre del lado del golpeado. Una noche recibí el llamado telefónico de un padre destrozado por la muerte de su hijo. El chico había aparecido muerto de un golpe en la cabeza y aparentemente le habían querido robar la bicicleta. Finalmente se supo que era un “exceso” de la “maldita” y los padres hacían una radio abierta y querían que la condujera. Les dije que si y al día siguiente me contaron que ellos siempre escuchaban el programa aunque no entendían muy bien porque siempre me metía a defender a “tanto negro y zurdo que armaban kilombo” si a mi esos problemas no me afectaban.

Después de contarles que “era un defecto de fábrica eso de la sensibilidad social” me contaron que ellos jamás habían creído “esas cosas que se decía en mi programa de la policía hasta que su hijo fue asesinado por ellos”.

Aún hoy, cerca de veinte años después en algunos casos, me sigo cruzando con familiares de víctimas de la represión en la calle que me recuerdan alguna quijoteada por el estilo.

La represión me recuerda, lamentablemente, a la donación de órganos, solo la repudian aquellos que la padecen o padecieron o tiene el virus de la sensibilidad social, así como solo hacen campaña quienes tienen un familiar que necesita un transplante o están esclarecidos en el tema.

Secuelas que vive una sociedad que prefiere ver agitadores en quien la cuestiona, amparada en el terrible “mejor no te metás”.

 
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