Opinión - Palestina
Al otro lado

*Por Marcela Naves maanavar.blogspot.com

Turista díscola de un circuito preestablecido, abandoné el confort de los hoteles jordanos para cruzar al otro lado, el otro lado de qué? me pregunté.

No obtuve respuesta hasta mi vuelta.
Era una mañana calurosa, sin embargo contrariamente a lo que suponía no era asfixiante, más bien me resultaba agradable, tal vez fue así porque es noviembre.

Bordeando el Mar de Galilea, hoy Tiberius, dejé atrás las alturas del Golán, otro territorio ocupado…
tan poca tierra para tanta disputa, pensé
tan poca agua para tantas bocas
tan poco amor para tantos corazones

La tarde anterior había estado flotando cual corchito en las aguas del Mar Muerto, mi piel tirante de tanto sol y tanta sal. Recordé algo que me dijo un amigo antes de partir de Buenos Aires “che, será cierto que el Mar Muerto se está quedando sin agua porque Israel la está potabilizando?”. No, qué va – le dije – con lo salado que es ese mar no hay dios que lo logre!. Sin embargo, hay dios para todo.

Nunca entendí la lógica de los contrarios: blanco - negro, flaco – gordo, nuevo – viejo, justo – injusto, judío – no judío.

Por la carretera, y en taxi, crucé la frontera sin mayores inconvenientes ni demoras. Lo primero que vi fue unos sembrados y me sorprendí muchísimo, hubiera jurado que seguiría andando entre colinas arenosas y pastos secos, pero aquella línea fronteriza que acababa de cruzar marcó una diferencia en el paisaje. Me explicaron luego que estábamos rodeando un gran kibutz, por eso el verde, por eso las frutas, frutas de exportación que cotizan muy alto en el mercado europeo.

Dejamos atrás los frutales y todo volvió a amarronarse, el costado de la ruta, las colinas al fondo, el capó del taxi, el aire que nos envolvía.

Intenté mantener una tibia conversación, en un tibio inglés, con el tachero, sólo para disfrazar el incómodo silencio que se había instalado entre nosotros ni bien cruzamos la frontera. Nuestras bocas arenosas y un ensordecedor ruido que lo dominaba todo nos lo impidieron.

Los aviones de guerra bramaban como queriendo astillar el cielo, hilos de nubes desgajaban a su paso, ni sombra dejaban de lo rápido que volaban.

Es pura rutina, me alertaron
me alertaron

Nos acercamos a un poblado, un puñado de casas, entre viejas y derribadas, entre ruinas y pobrezas, abandonadas a la mano de dios.

Tres chicos corrieron al costado del auto para saludarnos… los chicos se parecen en cualquier lugar del mundo - me dije - sonríen a los visitantes, curiosos y algo tímidos, muestran sus dientitos de leche y sus ojos brillan. Los saludé con la mano y seguí viaje, curiosa y tímida.

Más pibes, un varoncito y una adolescente, llevando baldes con agua, caminaban despacio cuidando de no derramar gota
gota preciada del elixir de los tiempos
soplo de vida del santo grial.
uno de los baldes no tenía asas y el muchachito lo llevaba en brazos, dulcemente, como se lleva a un bebé.

Por la carretera venían en sentido contrario dos camiones militares atestados de soldados, vestidos con ropas holgadas del color de arena sucia, sobresalía por los costados de las lonas que cubrían a los camiones un desconcierto de botas y ametralladoras, de cascos y lentes oscuros, de manos enguantadas. Por un momento dudé si mis retinas me engañaban, lo que se acercaba a velocidad parecía más una manada de animales fantásticos que un grupo de seres humanos, mi taxista se asustó y clavó los frenos, por suerte, los militares nos ignoraron y siguieron su marcha.
Al poco rato, un puesto de control en la ruta, parada obligada para chequear documentos. Todo en regla, seguimos, no sin antes intentar responder a la pregunta del millón: “a qué se debe su viaje señora?”

Cómo explicarles que yo, turista argentina de cuarentitantos, sola, viajando en un taxi árabe ando por allí por pura curiosidad… porque quiero ver con mis ojos lo que los periódicos cuentan a medias… porque no puedo comprender el por qué
de tanto odio
de tantas muertes en vano (toda muerte lo es)
tanto dolor
tanta injusticia…

No vi dos ejércitos allí, vi sólo uno.

Dios, que todo lo puede, que todo lo ve,
no me dejará mentir.
amén

*Para El Nuevo Pueblo de la escritora argentina de regreso al país luego de su visita a Palestina

 
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