Ya era hora de recuperar los programas del 13


*Por Jorge Dorio

Las decisiones de la Asamblea de 1813, que acaba de celebrar su bicentenario, encuentran cierto encadenamiento con las políticas públicas de inclusión social de la última década. Y también una prolongación en sus detractores. La historia sigue viva, llamándonos la atención desde su profundidad.

Permítaseme simular que voy a hablar de historia. Cuando el destino manifiesto revolucionario de los días de Mayo empezaba a diluirse en los mezquinos solventes de la burguesía porteña, los caballeros racionales y de afrancesadas ideas, llegados recientemente de Europa, demostraron que un uniforme podía lucir también los nobles entorchados de la política.

El golpe de mano que puso en vereda al Segundo Triunvirato (con José de San Martín, entre otros, cobrando raudo protagonismo) propició el giro de timón cuyo objetivo era recuperar el rumbo del pensamiento morenista. Al llegar a Buenos Aires la auspiciosa noticia de una exitosa escaramuza, conocida después pomposamente como Combate de San Lorenzo, hacía ya unos días que sesionaba trabajosa pero intensamente una reunión que bien podemos llamar el germen cabal de la Patria: la Asamblea del Año XIII. Los postulados y resoluciones de aquel congreso crepitan de sobra en la hojarasca de los manuales y de los diarios. Volvamos entonces a lo nuestro: la época y la política.

En las recientes jornadas pegajosas y chirles del debate nacional, cargado de sonoras tilinguerías, groserías de lelos y precoces preparativos para quienes se ilusionan con su fiesta del 15, el bicentenario de la Asamblea es un llamado de atención desde lo más profundo de nuestra historia.

A despecho de quienes se burlan del fervor revisionista del Gobierno, vale la pena establecer una genealogía textual e ideológica entre las resoluciones asamblearias –muchas de ellas hijas del Plan de Operaciones- y las instrucciones de los delegados artiguistas, con los hitos que definen la última década como un período de cabal restauración democrática.

¿Cómo no ligar la quema de los instrumentos de tortura en la Plaza de Mayo con la definitiva condena de los genocidas recientes? ¿Cómo no establecer un lazo entre la libertad de vientres y la AUH? La audaz inclusión de ciudadanía de la Asamblea y su firme combate a los privilegios encuentra un digno espejo en las políticas actuales de paritarias, jubilaciones, educación y salud. Insuficientes, sí. Con tropiezos, sí. Pero enfocados también en un rumbo inequívoco.

¿Cómo no advertir en el Himno surgido de aquel congreso y la mención en su letra de México, Quito, Potosí, Cochabamba, La Paz y Caracas la convicción de un destino común para esta parte del mundo?

Es menester decir sin ambages que el eslabón perdido entre aquella utopía de Patria y las presentes concreciones del modelo es un texto sometido a oscuridad y ninguneo tanto por golpistas explícitos como por conciliadores timoratos disfrazados de demócratas. Hablo, naturalmente, de la Constitución del ’49 , en la que la palabra de Arturo Sampay consolidó, al cobijo del Gobierno peronista, las líneas de un destino justo, libre y soberano.

Para quienes se asombran de lo dificultoso de concretar ancestrales objetivos y atribuyen a supuestos vicios genéticos de nuestro pueblo las recurrentes idas y venidas en la búsqueda de una convivencia razonable, es pertinente prescribirles una pócima hecha de sustancias de variados marbetes: Empréstito Baring Brothers, Dorrego fusilado, Bloqueo anglo-francés, Batalla de Pavón, Uriburu, Fusiladores, Genocidas, Ruralistas, Cavallos, venenos todos bien batidos en la solución fisiológica de mezquinos oportunistas, especuladores inescrupulosos, cipayos vocacionales y más de un tonto falto de carácter.

Ocurre que la cuestión ya no pasa por partidos, candidaturas apresuradas, agachadas ventajeras o neutralidades ambiguas. Para quienes gustan del humor washingtoniano, la consigna del momento sería: ”Es la política, estúpido. Es la Patria”

 
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