06/12/12-.La crisis ecológico-social que se extiende por todos los
países nos está obligando a repensar el crecimiento y el desarrollo, como
sucedió en la Río+20. Sentimos empíricamente los límites de la Tierra. Los
modelos hasta ahora vigentes se muestran insostenibles.
Por esta razón, muchos analistas afirman: los países
desarrollados deben superar el fetiche del desarrollo/crecimiento sostenible a toda costa. Ellos no lo necesitan
porque han conseguido prácticamente todo lo necesario para una vida decente y
libre de necesidades. Por eso, en lugar de crecimiento/desarrollo se impone una
visión ecológico-social: la prosperidad
sin crecimiento (mejorar la
calidad de vida, la educación, los bienes intangibles). Por el contrario, los
países pobres y emergentes necesitan prosperidad
con crecimiento. Ellos tienen urgencia de satisfacer las necesidades de sus
poblaciones empobrecidas (80% de la humanidad).
Ya no es sensato perseguir el propósito central del pensamiento
económico industrialista/consumista/capitalista que planteaba la pregunta: ¿cómo ganar más?, y que suponía
la dominación de la naturaleza en vista del beneficio económico.
Ahora ante la realidad que ha cambiado, la pregunta es otra: ¿cómo
producir, viviendo en armonía con
la naturaleza, con todos los seres vivos, con los seres humanos y con el
Trascendente?
En la respuesta a esta pregunta se decide si hay prosperidad sin
crecimiento para los países desarrollados y con crecimiento para los pobres y
emergentes.
Como denunció recientemente David Yanomami, chamán y cacique, en un libro lanzado en Francia y titulado La caída del cielo: «vosotros, blancos, sois el pueblo de la mercancía, el pueblo que no escucha la naturaleza porque solo se interesa por beneficios económicos»(desinformemonos.org).