20/01/13-.Paralelismos inevitables surgen observando la febril
construcción mediática de los candidatos tanto para las legislativas como para
la sucesión presidencial. Un desfile de personajes que confiesan no entender
nada de política y el único interés que persiguen es el bienestar de “la gente”
remite inexorablemente a pensar “la política” y el manoseo sistemático de la
derecha sobre su real significado en el sentido estrictamente saussureano.
La remanida receta que escinde de la concepción de la
política como herramienta de cambio social del ciudadano a través del
adjetivo “común” vuelve al ruedo como caballito de batalla de una derecha que
no encuentra su rumbo. La adjetivación supone un contrapuesto, ¿si
existen “ciudadanos comunes” existen también “ciudadanos especiales”?, ¿cuáles
serían las características de estos últimos? ¿Acaso está cambiando el parámetro
de estratificación social? Subyace a esta idea un profundo desprecio por las
mayorías, una subestimación absoluta del electorado y la firme convicción de antaño
de cerrar el círculo de participación a una elite “sí preparada” para definir y
decidir qué es lo mejor para usted, por supuesto en esta fiesta no estaría
invitado.
La despolitización del cotidiano de los argentinos no
es patrimonio exclusivo de ningún sector partidario, la falta de cuadros
políticos sólidos plausibles de ser presentados como candidatos es una
constante de la que la derecha no está exenta.
El discurso pensado para el “ciudadano común” está
plagado de “lugares comunes” y slogans de marketing que dan buen resultado a la
hora de instalar un producto en el mercado. En este sentido usted votaría
un candidato por las mismas razones que elige determinada marca de lavandina.
La elección de la analogía no es casual, usted está muy preocupado por la
asepsia que décadas de hegemonía “anti-política” han naturalizado.
Pensar la actividad política como exclusiva
herramienta de transformación social que debe indefectiblemente enriquecerse
con el aporte participativo de absolutamente todos los ciudadanos, ocupen el
rol que ocupen en la sociedad, constituye el núcleo central de lo que podríamos
llamar la gran revolución cultural que debemos librar los argentinos, pero esta
como otras revoluciones supone abandonar la comodidad del sillón para asumir un
rol activo que, a fuerza de esa naturalización que se menciona anteriormente,
no todos están dispuestos a emprender, y es precisamente en este punto adónde
la militancia adquiere su faceta relevante en tanto herramienta de ruptura de
conceptos enquistados y establecidos en el acervo cultural.
La discusión en torno a las discusiones y
confrontación de ideas que supuestamente dividen a la sociedad es un arma que
apunta directamente a lo afectivo, a la necesidad natural del hombre pensado
como ser gregario, la Unidad Nacional surge aquí como otro concepto utilizado
por los “elaboradores de ideas vendibles” que porta dos significados bien
definidos y contrapuestos en tanto funcionalidad que se persigue.
Para los candidatos del establishment que
históricamente ha moldeado la vida política argentina a su antojo, la Unidad
Nacional es un objetivo que solo se conseguirá erradicando de la faz de la
tierra todo intento por alcanzar la Justicia Social que equipare en igualdad de
oportunidades a la masa que, a fuerza de una suerte de determinismo, han
mantenido subsumida a la resignación de las realidades convirtiendo a la utopía
en un bálsamo anestésico que garantice el status quo, que a su vez, garantiza
los privilegios.Para el proyecto político que ha gobernado el país los
últimos diez años, Unidad Nacional, implica el compromiso de todos los actores
sociales con la construcción de una Patria previsible, sustentable en el tiempo
y con la certeza de movilidad social ascendente, única garantía de Justicia
Social.
Una vez más la semántica acomodada a las necesidades
de un sector para nada inocente se apropia de terminología redefiniendo su
significado para que usted, el “ciudadano común”, no sienta la
incomodidad de elaborar intelectualmente las diferencias abismales entre una
propuesta o la otra… Las dos terminan siendo en apariencia lo mismo, los
políticos constituyen así una “raza aparte” que no tiene nada que ver con su
cotidianeidad. En este sentido, un actor cómico, chabacano y vulgar, un señor
optimista en extremo con una tragedia personal que esgrime como capital
indiscutible de su bonhomía o algún otro personaje que repite clichés extraídos
de los titulares catástrofe, terminan constituyendo paradigmas de
identificación a prima facie pero cuando compruebe que nada tienen en común con
usted y su idea de Patria, devendrá indefectiblemente la desilusión solo
comparable con la que implica comprobar que la lavandina que compró no
cambiaba el color de sus viejos azulejos mágicamente.
Otro de los elementos utilizados por los sicarios de
la tinta que lamentablemente son analizados hasta el aburrimiento por sus
acólitos consumidores pero también por los referentes intelectuales de la
batalla cultural refiere a la construcción de lo que para usted debe ser
importante.
Cuándo ya no quedan demasiado argumentos frente a lo
real y palpable surge la crítica sobre las “formas” en que proceden los
funcionarios gubernamentales, que le recuerdo no son “ciudadanos comunes” como
usted, entonces si ante una reunión convocada para solucionar un conflicto que
lo afecta directamente, como el trasporte público, y sobre el cuál nadie quiere
perder la posibilidad de lucrar, con todo lo que implica ese término, el
candidato del establishment evidencia su indolencia frente al cotidiano del
“ciudadano común”, en realidad lo que sucede es que no asiste porque no fue
convocado de buenas “formas” o porque quién convoca no puede convocar porque no
se ocupa de otros temas que sí son importantes para usted, “ciudadano común”,
como las carteras que usa la Presidenta y no el transporte que usa
cotidianamente, que en definitiva no contribuye a sumar puntos para la
construcción mediática y a lo mejor hasta le soluciona la vida.
El “ciudadano común” o sea usted, comprende
perfectamente el concepto de responsabilidad y culpa, entonces, si algo no
funciona como debe funcionar, acorde a la responsabilidad conferida por mandato
popular en una Provincia y/o Municipio, los hacedores de opinión presurosamente
le recuerdan que eso es responsabilidad absoluta del Gobierno Nacional y
mediante el uso abusivo de sofismas absurdos y lineales corren del eje de las
críticas a quienes han elegido proteger del barro incómodo de la gestión no
realizada.
Nadie le pregunta al “ciudadano común” si confiaría
la construcción de su casa a una persona que confiesa no conocer nada sobre
arquitectura, ni pondría su salud en manos de alguien que pregona a los cuatro
vientos no tener nada que ver con la medicina… ¿Por qué debería confiar las
decisiones regidas por la ciencia política a una persona que no solo manifiesta
no comprenderla, sino que la desprecia?
El “ciudadano común”, para los profesionales del
marketing, no piensa, solo consume.La ecuación es simple, cuánto más separada
la vida pública del ciudadano, más sencilla resulta la tarea de construcción de
candidatos. Cuánto menos politizada la sociedad menos riesgo de sorpresas
desagradables en las urnas.Veremos este año electoral como se avanza sobre la
“semántica utilitaria” una y otra vez, quizás el arma más poderosa con la que
contemos quienes no queremos ser “ciudadanos comunes” consista en evidenciar la
estrategia… Tal vez nos sirva el viejo y nunca bien ponderado “árbol de
Saussure” didáctico y conocido para develar el insulto escondido detrás de un
supuesto halago aséptico y tranquilizador…