De significantes, significados, ciudadanos comunes, política y elecciones.



*Por Daniela Bambill

20/01/13-.Paralelismos inevitables surgen observando la febril construcción mediática de los candidatos tanto para las legislativas como para la sucesión presidencial. Un desfile de personajes que confiesan no entender nada de política y el único interés que persiguen es el bienestar de “la gente” remite inexorablemente a pensar “la política” y el manoseo sistemático de la derecha sobre su real significado en el sentido estrictamente saussureano.

La remanida receta que escinde de la concepción de la política como herramienta de cambio social del  ciudadano a través del adjetivo “común” vuelve al ruedo como caballito de batalla de una derecha que no encuentra su rumbo.  La adjetivación supone un contrapuesto, ¿si existen “ciudadanos comunes” existen también “ciudadanos especiales”?, ¿cuáles serían las características de estos últimos? ¿Acaso está cambiando el parámetro de estratificación social? Subyace a esta idea un profundo desprecio por las mayorías, una subestimación absoluta del electorado y la firme convicción de antaño de cerrar el círculo de participación a una elite “sí preparada” para definir y decidir qué es lo mejor para usted, por supuesto en esta fiesta no estaría invitado.

La despolitización del cotidiano de los argentinos no es patrimonio exclusivo de ningún sector partidario, la falta de cuadros políticos sólidos plausibles de ser presentados como candidatos es una constante de la que la derecha no está exenta.

El discurso pensado para el “ciudadano común” está plagado de “lugares comunes” y slogans de marketing que dan buen resultado a la hora de instalar un producto en el  mercado. En este sentido usted votaría un candidato por las mismas razones que elige determinada marca de lavandina. La elección de la analogía no es casual, usted está muy preocupado por la asepsia que décadas de hegemonía “anti-política” han naturalizado.

Pensar la actividad política como exclusiva herramienta de transformación social que debe indefectiblemente enriquecerse con el aporte participativo de absolutamente todos los ciudadanos, ocupen el rol que ocupen en la sociedad, constituye el núcleo central de lo que podríamos llamar la gran revolución cultural que debemos librar los argentinos, pero esta como otras revoluciones supone abandonar la comodidad del sillón para asumir un rol activo que, a fuerza de esa naturalización que se menciona anteriormente, no todos están dispuestos a emprender, y es precisamente en este punto adónde la militancia adquiere su faceta relevante en tanto herramienta de ruptura de conceptos enquistados y establecidos en el acervo cultural.

La discusión en torno a las discusiones y confrontación de ideas que supuestamente dividen a la sociedad es un arma que apunta directamente a lo afectivo, a la necesidad natural del hombre pensado como ser gregario, la Unidad Nacional surge aquí como otro concepto utilizado por los “elaboradores de ideas vendibles” que porta dos significados bien definidos y contrapuestos en tanto funcionalidad que se persigue.

Para los candidatos del establishment que históricamente ha moldeado la vida política argentina a su antojo, la Unidad Nacional es un objetivo que solo se conseguirá erradicando de la faz de la tierra todo intento por alcanzar la Justicia Social que equipare en igualdad de oportunidades a la masa que, a fuerza de  una suerte de determinismo, han mantenido subsumida a la resignación de las realidades convirtiendo a la utopía en un bálsamo anestésico que garantice el status quo, que a su vez, garantiza los privilegios.Para el proyecto político que ha gobernado el país  los últimos diez años, Unidad Nacional, implica el compromiso de todos los actores sociales con la construcción de una Patria previsible, sustentable en el tiempo y con la certeza de movilidad social ascendente, única garantía de Justicia Social.

Una vez más la semántica acomodada a las necesidades de un sector para nada inocente se apropia de terminología redefiniendo su significado para que usted, el “ciudadano común”,  no sienta la incomodidad de elaborar intelectualmente las diferencias abismales entre una propuesta o la otra… Las dos terminan siendo en apariencia lo mismo, los políticos constituyen así una “raza aparte” que no tiene nada que ver con su cotidianeidad. En este sentido, un actor cómico, chabacano y vulgar, un señor optimista en extremo con una tragedia personal que esgrime como capital indiscutible de su bonhomía o algún otro personaje que repite clichés extraídos de los titulares catástrofe, terminan constituyendo paradigmas de identificación a prima facie pero cuando compruebe que nada tienen en común con usted y su idea de Patria, devendrá indefectiblemente la desilusión solo comparable con la  que implica comprobar que la lavandina que compró no cambiaba el color de sus viejos azulejos mágicamente.

Otro de los elementos utilizados por los sicarios de la tinta que lamentablemente son analizados hasta el aburrimiento por sus acólitos consumidores pero también por los referentes intelectuales de la batalla cultural refiere a la construcción de lo que para usted debe ser importante.

Cuándo ya no quedan demasiado argumentos frente a lo real y palpable surge la crítica sobre las “formas” en que proceden los funcionarios gubernamentales, que le recuerdo no son “ciudadanos comunes” como usted, entonces si ante una reunión convocada para solucionar un conflicto que lo afecta directamente, como el trasporte público, y sobre el cuál nadie quiere perder la posibilidad de lucrar, con todo lo que implica ese término, el candidato del establishment evidencia su indolencia frente al cotidiano del “ciudadano común”, en realidad lo que sucede es que no asiste porque no fue convocado de buenas “formas” o porque quién convoca no puede convocar porque no se ocupa de otros temas que sí son importantes para usted, “ciudadano común”,  como las carteras que usa la Presidenta y no el transporte que usa cotidianamente, que en definitiva no contribuye a sumar puntos para la construcción mediática y a lo mejor hasta le soluciona la vida.

El “ciudadano común” o sea usted, comprende perfectamente el concepto de responsabilidad y culpa, entonces, si algo no funciona como debe funcionar, acorde a la responsabilidad conferida por mandato popular en una Provincia y/o Municipio, los hacedores de opinión presurosamente le recuerdan que eso es responsabilidad absoluta del Gobierno Nacional y mediante el uso abusivo de sofismas absurdos y lineales corren del eje de las críticas a quienes han elegido proteger del barro incómodo de la gestión no realizada.

Nadie le pregunta al “ciudadano común” si confiaría la construcción de su casa a una persona que confiesa no conocer nada sobre arquitectura, ni pondría su salud en manos de alguien que pregona a los cuatro vientos no tener nada que ver con la medicina… ¿Por qué debería confiar las decisiones regidas por la ciencia política a una persona que no solo manifiesta no comprenderla, sino que la desprecia?

El “ciudadano común”, para los profesionales del marketing, no piensa, solo consume.La ecuación es simple, cuánto más separada la vida pública del ciudadano, más sencilla resulta la tarea de construcción de candidatos. Cuánto menos politizada la sociedad menos riesgo de sorpresas desagradables en las urnas.Veremos este año electoral como se avanza sobre la “semántica utilitaria” una y otra vez, quizás el arma más poderosa con la que contemos quienes no queremos ser “ciudadanos comunes” consista en evidenciar la estrategia… Tal vez nos sirva el viejo y nunca bien ponderado “árbol de Saussure” didáctico y conocido para develar el insulto escondido detrás de un supuesto halago aséptico  y tranquilizador… 

 
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