*Por Hugo Delgado
02/01/13-.El Gobierno debe mirar
adentro. Pese a los muchos avances que se han logrado en la defensa del mercado
interno, el gobierno aún no ha cortado el nudo gordiano de los super mercados
“chinos”.
El gobierno viene trabajando
mucho en la defensa del mercado interno, pero aún tiene una materia pendiente
que rendir en cuanto a las necesidades de llevar justicia a la situación de los
supermercadistas argentinos.
Nadie parece dispuesto a
ponerle el cascabel al gato por el alto poder de lobby que parece tener hoy por
hoy el sector, sin embargo es necesario que alguien se haga cargo del sayo y
ponga el tema en debate.
¿Cuál es la cuestión?
En apariencia bastante
sencillo.
Los supermercadistas
argentinos compiten hoy en franca inferioridad de condiciones con respecto a
sus pares “chinos”.
Un comerciante argentino con
un super mercado mediano afronta la difícil situación impositiva de aportar por
cada uno de sus trabajadores, pagar ganancias, ingresos brutos, etc...
Y no es que esto esté mal,
pero es realmente injusto que esta realidad no sea pareja respecto a quienes
emigran desde algún país asiático y que merced a una despareja Ley impulsada
por el nefasto Carlos Menem pueden competir de manera absolutamente desleal con
los comerciantes argentinos.
¿Por qué aún hoy los
comerciantes argentinos deben competir con ofertas de comerciantes extranjeros
que ponen valores por debajo del costo mayorista?
No se trata aquí de una
cuestión xenofóbica ni mucho menos, pero si un ciudadano argentino quiere
establecerse en otro país lo menos que se la va a requerir es que hable aquel
idioma, si es que quiere tener un comercio.
Curiosamente los argentinos
vivimos a diario el “mi no entiendo” de los cajeros “del chino”.
Era atendible, desde la
lógica del menemato, que cualquier dólar que entrara, entrara como entrara,
fuera poco menos que besado al ingresar, sin embargo es hora de poner coto a
esa situación discriminatoria para con el inversor argentino o a mediano plazo terminaremos
por quedarnos, definitivamente sin un solo almacenero que hable nuestro idioma.
Y vuelvo al tema, aún
corriendo el riesgo de la acusación de xenofobia del lobby supermercadista
chino, de la peligrosidad que encierra mirar para otro lado cuando se está
generando una suerte de monopolio del sector a manos de una colectividad, sea
cual sea.
Más allá de prejuicios, de
certezas y realidades; de mitos urbanos y de los otros, lo cierto es que no son
pocas las quejas que se reciben por estos días de clientes y colegas de quienes
se han convertido en parte del paisaje de nuestras ciudades.
En cada barrio, en cada
ciudad, hay un chino, que con sus pintorescas características, en algunos casos
simpáticos y en otros antipáticos, como en cada ámbito habitan nuestras veredas.
Es imperioso que quede aquí
en claro que no se trata de una cuestión de impedir el comercio a los
ciudadanos chinos o de cualquier país asiático que vengan, sino por el
contrario, de que cada uno de ellos compita en condiciones de igualdad con sus
pares argentinos.
Que sus empleados tengan los
aportes correspondientes; que cada uno de sus familiares pague los aportes
impositivos que correspondan y por sobre todas las cosas, ninguno de ellos
afronte la indigna situación de trabajar atendiendo al público, sin conocer el
idioma que hablan y que, si viven en Argentina tengan todos los derechos
sociales y laborales que gozan los argentinos y argentinas.
Debemos como sociedad acabar
con la doble injusticia que significa, por un lado, tener trabajadores con sus
derechos conculcados por su nacionalidad, así sean conculcados por compatriotas
suyos; y por otro de que exista en el mercado una competencia desleal generada
por beneficios otorgados a ciudadanos de otros países en demérito de nuestros propios
ciudadanos.
Es prioritario que el
Gobierno Nacional se haga cargo de corregir esta situación que perjudica el
normal desarrollo de la vida de muchas familias argentinas que desarrollan su
actividad comercial sabiendo que cualquier día pueden aparecer un puñado de
personas a competir deslealmente condenándolas a la quiebra.